jueves, 11 de septiembre de 2008

Prepotencia e impotencia

Me revientan los poseedores de la verdad. Y César Vidal, el hombre cuyos "negros" deben de ser más numerosos que los hijos de Bill Cosby, se compromete a "seguirla diciendo". Y yo aquí sin actualizar el blog por la sencilla razón de que no se me ocurre nada sobre lo que opinar con un mínimo de criterio. Porque cada vez me descubro más vacío de convicciones. Porque creer que la sabiduría consiste, precisamente, en cuestionarlas a cada momento ha dejado de ser un consuelo. Porque lo que pensaba ayer es diferente de lo que pienso hoy y, con toda probabilidad, de lo que pensaré mañana. Porque, sin dejar de respetarlos, sospecho de quienes se mantienen fieles a una idea durante toda su vida. 

jueves, 24 de julio de 2008

Vacaciones

Señoras y señores, me las piro a Tarragona hasta el día 8 de agosto. Feliz verano.

miércoles, 23 de julio de 2008

Karadzic me rejuvenece

Fue la primera guerra que viví como periodista, cuando tenía poco más de 20 años. Dicho así, parece que estuve en Bosnia, pero no. Quiero decir que, como apasionado de las relaciones internacionales, me empapé de aquel conflicto balcánico y, en el informativo radiofónico en el que trabajaba, se me asignó su seguimiento y la relación con el "corresponsal en la zona", un señor argentino muy simpático que vivía en Varsovia y transmitía desde allí sus crónicas, fusilando sin pudor los teletipos de la Agencia EFE, alguno de cuyos reporteros, probablemente, sí las estaba pasando putas en Sarajevo o un sitio peor. Vamos, como si hubiera un atentado de ETA en Madrid y el periodista encargado de informar de ello estuviera en Roma, "en la zona". Un compañero, ya en sus treinta, se ofreció para desplazarse a la capital bosnia, pero la empresa alegó falta de fondos, y eso que en aquellos tiempos era la número uno en audiencia y sí destinaba ingentes cantidades de dinero a algunas divas cuya cobertura del crimen de Alcáser ha pasado a los anales del amarillismo más repugnante.

El caso es que todo mi odio por lo que estaba sucediendo se concentró en el hijo de la gran puta de Radovan Karadzic, cuya reciente detención me ha quitado quince años de encima. "Gracias" a él aprendí que eso de que en las guerras no hay buenos ni malos es relativo. Que entre el francotirador serbio que le vuela la cabeza a un niño y éste hay ciertos matices. Que entre los milicianos que violan en grupo a una mujer y ésta también la hay. Que los bastardos que sacan de una ciudad a todos sus habitantes varones y les pegan un tiro en la cabeza son diferentes a sus víctimas. ¿Y quién estaba detrás de todo ello? Karadzic, al que los europeos dejamos hacer durante tanto tiempo porque lo suyo era "un asunto interno". Y, una vez más, tuvieron que venir los americamos con sus aviones, cogernos de la manita y arreglarnos el marrón.

Karadzic, te deseo lo peor. Que escapes y te pille una panda de mafiosos bosnios con familiares muertos en Srebrenica. Que te sodomicen, te peguen dos tiros y te dejen agonizando colgado de un árbol. Entre otras cosas, por haberme hecho así. Y porque lo de La Haya es una mariconada y, a lo sumo, te condenarán a cadena perpetua, dándote la posibilidad de un suicidio dulce que no te mereces.

miércoles, 16 de julio de 2008

Cambios, progreso y reacción

Coincide esta magistral viñeta de El Roto, que publica hoy El País, con que ayer estuve una conferencia en la que la consejera delegada de una de las mayores agencias de publicidad de España consiguió sacarme de mi sopor habitual en este tipo de actos con un gráfico temporal en el que se señalaban los grandes hitos tecnológicos que han revolucionado la vida de los seres humanos. Llamaba la atención sobre el hecho de que antiguamente el tiempo transcurrido entre un hito y otro fuera de siglos, incluso milenios (de la invención de la rueda a la de la imprenta, por ejemplo), pero, desde finales del siglo XIX, sea de décadas, incluso años. En efecto, desde que en 1876 se patentara el teléfono, los cambios se han producido a una velocidad de vértigo, sobre todo en las dos últimas décadas, con la generalización de internet y la telefonía móvil y las consecuencias socioeconómicas -hasta políticas, me atrevería: que se lo digan a chinos y cubanos- que ha conllevado.

Recuerdo un libro de Luis Racionero, "El progreso decadente", en el que venía a decir que, hasta la Segunda Guerra Mundial, la humanidad había evolucionado a la par en los ámbitos material y espiritual (entiéndase el término "espiritual" no en sentido religioso, sino en relación con el pensamiento, la ética, la razón...). Sin embargo, acabado el conflicto, la evolución material ha sido siempre más rápida que la espiritual. Internet llegó mucho antes de que supiéramos qué hacer con sus múltiples posibilidades. Los científicos estuvieron listos para la manipulación genética cuando políticos o filósofos ni se habían planteado si debían ponerle límites. Como mostró también ayer la conferenciante, existen ya robots en Japón capaces de expresar "emociones", con lo que, si no las sienten, estarán a punto de hacerlo. Y, salvo los escritores de ciencia-ficción, nadie se ha preguntado aún cómo gestionarlas.

Mi adorado Ermesto Sabato suele citar a Schopenhauer, según el cual "hay épocas de la historia en que el progreso es reaccionario y las tradiciones, progresistas”. Quizá vivamos en una de ellas. No se trata de parar el progreso, sino de readecuar a su ritmo la evolución espiritual, máxime en un momento en el que la educación se vuelca en las ciencias y mira por encima del hombro a las humanidades. Da pavor imaginar lo que harán tantos jóvenes educados al amparo de logses, loes, peperos, sociatas y nacionalpaletos con las nuevas tecnologías. Qué coño: da pavor imaginar lo que haremos nosotros mismos, anestesiados, precisamente, por la velocidad con que se suceden los cambios y fluye la información y con una educación a nuestras espaldas que tampoco es que fuera para echar cohetes. Sin humanismo, sin espíritu, seremos campo abonado para que cualquier imbécil con unas pocas pero firmes ideas -llámesele Bush, islam radical o ultraliberalismo- nos las imponga fácilmente como se les imponen a los niños, ocupados con sus juguetes -los nuestros, eso sí, de última generación- y necesitados, por tanto, de delegar en otros su futuro.

lunes, 14 de julio de 2008

¿Por qué nos insultan? (2ª parte)

Declaraciones del Papa a los periodistas en el avión que le lleva a Australia, donde, por lo visto, se han dado casos de abusos sexuales a menores por parte de curas católicos: la pederastia es un comportamiento "incompatible con el sacerdocio, porque contradice la santidad". Benedicto, por amor de Dios, que la pederastia es incompatible con TODO: con el sacerdocio, con la jardinería, con el periodismo, con la abogacía, con la pesca, con el fútbol, con la papiroflexia... porque es un delito, y quienes lo cometen deberían estar en la cárcel o colgados de un árbol. A mí los asuntos internos de cualquier institución religiosa me son indiferentes -no sus delitos, que se convierten, evidentemente, en asuntos "externos"-, pero quizá el máximo representante del catolicismo debería plantearse que, si los sacerdotes tuvieran libertad para casarse, follar o masturbarse, a lo mejor descendía el número de "incompatibilidades", por aquello de la represión del deseo. Ni el adolescente más pajillero está tan obsesionado por el sexo como la Iglesia Católica. La diferencia es que al primero se le pasa durante un rato tras cada "acto intrínseca y gravemente desordenado" (este último entrecomillado, extraído de la Declaración "Persona humana" de la Congregación para la Doctrina de la Fe).

jueves, 10 de julio de 2008

¿Por qué nos insultan?

José Luis Rodríguez Zapatero, en reciente entrevista a El País: “Para mí (Bibiana Aído) merece el respeto de representar al Gobierno de España y de tener sus plenos derechos constitucionales para ser ministra, a pesar de tener 31 años y ser mujer”. El “a pesar de” es cojonudo. Se me ocurren pocos políticos más paternalistas y machistas que ZP. Y sigue: preguntado por las gilipolleces que suelen salir de la boca de la ministra de Igualdad, las define como “una técnica para fomentar debates”. Con dos cojones.

José María Aznar, en reciente entrevista a Telemadrid, asegura que, cuando defendió que había armas de destrucción masiva en Irak, ésta “era una creencia generalizada en todo el mundo”. Que yo recuerde, los inspectores de la ONU opinaban justo lo contrario. Como cualquier persona que, durante los años anteriores, se hubiera fijado en esas noticias breves que, escondidas en las páginas de Internacional de los periódicos, iban informando periódicamente del exhaustivo desmantelamiento del arsenal iraquí tras la primera guerra del Golfo. “Todo el mundo” eran el chimpancé Bush, el alelado Blair y Colin Powell, el hombre del power point todo-a-cien en el Consejo de Seguridad. Y Aznar va, lo suelta y se queda tan ancho. Y se rumorea que Acebes anda por el Amazonas investigando la conexión entre el 11-M, Sadam Hussein, el Lute y los yanomamis.

Menú de la reciente cena de despedida de los dirigentes del G-8 -los que de verdad mandan, no los dos pringaos anteriores-, centrada en el cambio climático y el hambre en el mundo. Entradas: maíz relleno de caviar, salmón ahumado, erizo de mar, tartaleta de cebolla y bulbos de azucena y ajedrea. Primeros platos: ternera de Kyoto bañada en algas y condimentada con espárragos y salsa de sésamo, tacos de atún con aguacate, salsa de soja y shiso, sopa de almejas, congrio con azucenas y vinagreta de soja, langostinos, rollitos de anguila a la plancha envueltos en bardana, boniatos y gobio frito en aceite de soja y azúcar. Entre plato: sopa de marisco. Segundo plato: pescado del Pacífico a la plancha con vinagreta de pimienta. Tercer plato: cordero lechal con hierbas aromáticas, trufas negras y salsa de piñones. Pre-postre: tabla de quesos con miel de lavanda y frutos secos. Postre: degustación de la “fantasía del G-8”. Café y dulces rellenos de fruta. Por una vez que los políticos, tan dados a transmitir únicamente “gestos”, nunca ideas, podían haber hecho uno de verdad...

viernes, 4 de julio de 2008

Colas en exposiciones

Por la entrada anterior me he acordado del grabado “Melancolía” (arriba a la izquierda) de Durero, probablemente el mejor dibujante de la historia. Lo vi en el Museo Thyssen, donde se exponía el año pasado dentro de la muestra “Durero y Cranach”. A las colas para entrar se añadían las que se formaban delante de esa obra, una de las más emblemáticas de su autor por las diferentes interpretaciones que suscita. Ocurría que, por las mismas fechas, la Biblioteca Nacional albergaba otra exposición, “Biblioteca Hispánica: obras maestras de la Biblioteca Nacional de España”, que incluía -oh, casualidad- el mismo grabado, aunque sin colas para apreciarlo ni para acceder al lugar.

¿La diferencia? Que “Durero y Cranach” se había publicitado a bombo y platillo y a los tesoros de la Biblioteca no les había hecho caso ni Dios. Y eso que allí estaban los manuscritos o las primeras ediciones de todos esos libros que los españolitos estudian alguna vez en su vida (o estudiaban, que vete a saber tú ahora lo que han perpetrado con la educación entre PP, PSOE y nacionalistas varios): el “Beato de Liébana”, las “Cantigas de Alfonso X”, el “Mío Cid”, el Quijote, el “Libro del buen amor”, la Constitución de Cádiz... Entre ellos, los dos únicos ejemplares escritos por Leonardo de su puño y letra que hay en España y -porque la Biblioteca Nacional no sólo atesora libros- uno de los escasos cinco o seis dibujos que se conservan de Velázquez (arriba a la derecha).

En plena efervescencia davinciniana, dado el éxito de la novela de Dan Brown, sólo con se hubiera montado una exposición para dar a conocer los dos libros citados y se hubiera informado de ella machaconamente, las colas habrían llegado a Quinto Coño Street. Pero ya se sabe que mucha, muchísima gente, acude a exposiciones no porque le interesen las piezas que las componen sino porque hay que ir a verlas. Porque se lo han dicho en la tele, porque las han inaugurado los Reyes o porque, si se forman tantas colas, por algo será... Aún recuerdo el barullo tras la ampliación del Prado, a rebosar de jubilados que, aprovechando la gratuidad del evento, dedicaban en torno a una décima de segundo a cada cuadro y, como gritó alguno de ellos, iban buscando “las puertas esas donde salía Zapatero el otro día”.

Hace años, Umberto Eco publicó un artículo en el que pedía reproducciones exactas de las grandes obras artísticas de la humanidad para desviar hacia ellas a estos “intelectuales de ocasión” que van a hacerse la foto y poco más. Creo recordar que proponía un Partenón de cartón-piedra a las afueras de Atenas, una Galería de los Uffizi de pega en los alrededores de Florencia y una copia de la Mona Lisa fuera del Louvre. Así el Partenón, la Galería y la Gioconda originales quedarían más despejados para quienes verdaderamente supieran apreciarlos. La cuestión es: ¿cómo distinguirlos? ¿Se les hace un examen de Historia del Arte? Más aún: ¿debe recuperar el arte su condición elitista? ¿Hay que encarecer las entradas a museos y exposiciones, como proponen algunos, para que los precios actúen como filtro? ¿Acaso no tiene derecho todo el mundo a ir y pasearse por donde le salga de los giocondos? ¿Quién es nadie para proclamarse más capaz de disfrutar de la pintura que otros?

jueves, 3 de julio de 2008

El libro "Contra la felicidad"

En relación con la reciente entrada "¿Tontos felices o lúcidos amargados?" y con las más antiguas "Piedras blancas, piedras negras" y "Una matización", fusilo a continuación una interesante crónica de elpais.es sobre un ensayo que ojeé hace poco y deseché por creerlo poco menos que de autoayuda. Tendré que darle otra oportunidad, aunque así de primeras parece un poco radical. A destacar, más que las referencias al propio libro, las citas de sus presentadores u otros autores (qué grande Flaubert):

LA MELANCOLÍA Y LA INFELICIDAD COMO MUSAS INSPIRADORAS
El escritor Eric G. Wilson se lanza contra la idea moderna de la alegría
Carolina Ethel-Madrid-01/06/2008

"Hay carcajadas que te hacen cerrar los ojos". Con esta frase contundente, el poeta Luis García Montero intentaba explicar la batalla que el profesor Eric G. Wilson ha decidido emprender en contra de la joya de la corona. La que todos quieren abrazar. La que los empresarios se empeñan en vender. La que los padres quieren para sus hijos. La que los políticos incluyen en sus discursos: la utópica y sobrestimada felicidad.

"Fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura", afirma Wilson en su libro Contra la felicidad. En defensa de la melancolía (Taurus), que aparece en España en esta feria del libro primaveral -nada más feliz- salpicada de lluvia (nada más melancólico). Y es justamente esta dualidad inherente al ser humano la que defiende Wilson en su polémico ensayo.

"El ser humano es feliz e infeliz", conviene José María Ridao, quien ayer hizo la presentación del libro en la feria junto a los escritores Luis García Montero, José María Guelbenzu y Javier Pradera. "Sólo podemos considerarnos ciudadanos en la medida en que nos distanciemos de esa felicidad impuesta, falsa", agregó Ridao.

"Según una encuesta reciente del Pew Research Center, casi el 85% de los estadounidenses cree que son muy felices o, por lo menos, felices". Wilson menciona el culto a la belleza, la obsesión por acumular riquezas y las cómodas pastillas para la felicidad y se pregunta, casi con desespero, en la introducción de su ensayo: "¿Qué podemos hacer con esa obsesión por la felicidad, obsesión que podría conducir a la extinción súbita del impulso creativo?".

No es esta elegía a la melancolía de Wilson el discurso huraño del señor Scrooge, de Dickens, sino una voz rebelde contra la imposición deliberada de la idea de felicidad que la sociedad estadounidense se ha empeñado en acuñar y una reafirmación de la melancolía como motor de la creatividad.

Para Montero, "el estado de melancolía permite ser dueño de tu opinión y tu destino" y, sobre todo, "instalarse en el territorio incómodo de la conciencia individual". El mismo Wilson confiesa en su libro que, sólo cuando se tomó en serio su melancolía, "mi familia me conoció a fondo y desarrollamos una relación más estrecha".

El debate sobre la relevancia de la melancolía como motor creativo no es reciente. Jorge Luis Borges elogiaba con frecuencia el monumental libro de Robert Burton Anatomía de la melancolía, aparecido en 1921, que también han celebrado en su momento Samuel Beckett, Anthony Burgess y John Keats, quien compuso su famosa Oda a la melancolía.

Burton afirmaba que sólo son inmunes a la "bilis negra" los tontos y los estoicos. Tiempo después el genial Gustave Flaubert reformularía la idea con una frase más incisiva: "Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud; he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero, si os falta la primera, estáis perdidos".

En 1932, Aldous Huxley, en Un mundo feliz, adelantó un retrato de la sociedad contemporánea. Una sociedad sin problemas, con tecnología punta, producción en serie, prosperidad y paz a costa de los valores familiares, la cultura y los sentimientos. Algo parecido a la sociedad estadounidense que critica Wilson y a la cual pertenece el profesor. Wilson se pregunta: "¿Tiene la ignorancia que ver con la felicidad, la cual nos crea mundos planos, sin complejidades intelectuales?". Un cuestionamiento que Ray Bradbury hizo ya en 1953 en su Fahrenheit 451, en el que millones de libros eran quemados porque leer confundía la mente y causaba preocupaciones; por lo tanto, impedía que la gente fuera feliz.

El escritor José María Guelbenzu afirmó: "No hay protagonistas felices en la literatura porque la infelicidad genera conflicto dramático", y recordó las primeras líneas de Ana Karenina, de Tolstoi: "Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Con ella explicó que "instalarse en la infelicidad es imposible" y que conviene disfrutar de los momentos felices, aunque también "abrazar el éxtasis melancólico para hacer estallar la creatividad".

Wilson cierra su ensayo con una reflexión perturbadora: "Promover la sociedad de la felicidad absoluta es fabricar una cultura del miedo". Y remata con una invitación cálida: "Debemos encontrar el camino, por difícil que sea, para ser quienes somos, hosquedad incluida".

miércoles, 2 de julio de 2008

Perplejidad en las rotondas

Lo peor de las rotondas no son los conductores para los que “ceda el paso” debe de significar “acelere como un cabestro” en tagalo, ni los guardias civiles agazapados tras un arbusto en busca de multas fáciles con las que reanimar el superávit estatal, ni los atascos que sí evitarían los fascinantes túneles cortos patentados por Álvarez del Manzano (¿dónde estás, Topo-Man?), sino las esculturas que las adornan.

Llevo años intentando averiguar a quién corresponde adquirir y colocar estos engendros cuya contaminación visual, que envidiaría un Tàpies hasta arriba de LSD, iguala, si no supera, a la atmosférica. Supongo que dependerá de la administración responsable de cada rotonda, sea el Ministerio de Fomento, una consejería autonómica o el ayuntamiento de turno, si bien todas coinciden en su mal gusto. Insultos de 20 metros y colores chillones, seres de acero con elefantiasis, vigas retorcidas y oxidadas se suceden en calles y carreteras poco menos que como símbolos de la decadencia occidental.

Las dos rotondas que más perplejidad me producen se encuentran en la localidad madrileña de Brunete (fotos de arriba). Una de ellas luce una cuidada reproducción de la torre de control del aeropuerto de Barajas, que dista 54 kilómetros del municipio, pues entre ambos se extiende todo el casco urbano de Madrid. En la otra, una especie de consolador invertido, en cuya base se alza una llama grotesca, rinde homenaje a los Juegos Olímpicos, esos que, de celebrarse finalmente en la capital, no llevarían a Brunete ni las semifinales de canicas. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

viernes, 27 de junio de 2008

Cuando Cohen me arrullaba

Hay discos que te ayudan. Que parece que han sido escritos y musicalizados pensando en ti o en lo que te ocurre en un determinado momento. O que, sencillamente, aunque sus canciones no tengan nada que ver con lo que te pasa, te acompañan como esos amigos cuya sola y muda presencia reconforta. 

“The best of Leonard Cohen” me acompañó en una época de mi vida en la que cada día, para llegar a fin de mes, transcurría de esta entretenida manera: de diez de la mañana a dos del mediodía, trabajando en un periódico sin contrato; de cuatro de la tarde a doce de la noche, en una emisora de radio, cobrando una mierda, y en “los ratos libres”, traduciendo textos para la ONU.

A Leonard Cohen lo había descubierto gracias a la buena película “El tiempo de la felicidad” de Manuel Iborra, que vi en un pase de prensa dada mi, entre otras, condición de crítico de cine del periódico. No es que no supiera de su existencia o que no hubiera oído antes ninguna de sus canciones, pero fue en aquella sala de la Gran Vía, a oscuras, rodeado de otros críticos prepotentes, cuando se produjo esa conexión misteriosa por la que, de repente, algo que has tenido siempre al alcance se te instala muy dentro.

Total, que me compré el “grandes éxitos” y lo empecé a escuchar en la cama por las noches, tras llegar a casa reventado, cuando lo que me pedía el cuerpo era meterme media botella de ron y/o gritar por la ventana: “Hijosdeperraaaaa, ¿cómo que esto no es una puta crisis?” (la historia se repite que da gusto). Y allí estaba el amigo Cohen para arrullarme con su hipnótica voz y recordarme que él también se sentía like a bird on the wire, like a drunk in a midnight choir (“Bird on the wire”).

Noche tras noche seguí escuchando el disco hasta sabérmelo casi de memoria, descubriendo versos de esos que, por sí solos, justifican un premio Nobel y te ofrecen un consuelo ambivalente: no tenía tiempo para escribir pero qué más daba, si ni en siete vidas pariría una “simple” frase como our steps will always rhyme (“Hey, that’s no way to say goodbye”).

Resultó que lo que había acabado convirtiéndose en una obsesión venía de familia. Mi madre vio un día el disco y me contó a que mi tío Nacho, el menor de los nueve hermanos de mi padre, le había dado durante una época, allá por los setenta, por poner “Suzanne” a todas horas, lo cual no me extrañó lo más mínimo, porque ya se sabe que Suzanne takes you down to her place near the river. You can hear the boats go by. You can spend the night beside her. And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there.

Desde entonces he intentado seguir la carrera de Leonard Cohen, leyendo las contadísimas entrevistas que concede y brujuleando por internet. Me he enterado de que lo llaman “el poeta de la depresión”, porque no es precisamente la alegría de la huerta, y de que ha pasado o pasa -le he perdido la pista- largas temporadas en un monasterio budista zen, donde ha llegado a ejercer de chófer de los monjes (dicho sea de paso, si alguna vez me adscribiera a una religión, sería al budismo zen, por su agnosticismo y su compatibilidad con la ciencia).

Qué grande es Leonard Cohen, coño. Y qué gran disco su “grandes éxitos”, de escucha obligada para todo cantautor que quiera iniciarse cantando -y torturándonos- él solo con la guitarrita. Si no puede llegar a esas alturas, mejor que se quede en casa (un saludo a Ismael Serrano).

jueves, 26 de junio de 2008

"Las colmenas"

Vivo en el edificio de arriba, probablemente uno de los más feos de Madrid. Está en el Barrio de la Concepción, cerca de Ventas, y forma parte de un conjunto conocido popularmente como "Las colmenas", por motivos evidentes. El mío es el más grande (incluso pasa un túnel por debajo). De hecho, hace poco leí que es, junto con el Palacio Real, el inmueble con mayor superficie de la ciudad. También he oído varias veces que es el más densamente poblado.

"Las colmenas" son obra de José Banús. Según su obituario en El País, "este constructor franquista promovió en 1956 algunos de los bloques-hormigueros más notables que registra la historia de la arquitectura española, auténticas reliquias del concepto de vivienda social". Me han contado que servían para que los peces gordos del régimen alojaran a sus queridas. Puede ser. Ahora están poblados por viudas de 80 años para arriba que, cuando la palman (alguien les debe de cortar la cabeza, porque su fortaleza es envidiable), son sustituidas por parejas jóvenes con hijos.

"Las colmenas" han salido en infinidad de películas, series de televisión y anuncios. En mi calle y aledañas rodó Almodóvar "¿Qué he hecho yo para merecer esto?". Los duendes de la ONCE han correteado virtualmente por los patios exteriores, en los que habían bailado antes unos raperos de Coca-Cola. En general, los personajes a los que se quiere presentar como marginales o de baja condición "viven" en mi edificio o en los de al lado. Vecinos míos han sido Marcial, el bedel del centro de salud de "Médico de familia", o Javier Cámara en su papel protagonista de "Torremolinos 73".

La población inmigrante abunda. Aquí convivimos madrileños de toda índole: españoles, ecuatorianos, europeos del este y, dada la cercanía de la mezquita de la M-30, musulmanes mayoritariamente árabes. Es el nuestro, pues, un barrio tan multicultural como Lavapiés, pero no somos tan pesados al respecto. Durante el día pululan también europeos occidentales y estadounidenses, pues alguien tuvo la idea de construir un rascacielos de oficinas para multinacionales entre mi casa y la mezquita. Si a todo ello le sumamos el tanatorio contiguo a ésta, urbanísticamente la zona resulta de lo más friki.

En los bajos de "Las colmenas" hay bares, comercios de toda la vida (esos en los que puedes pedir "lo de siempre"), chinos todo-a-cien y puticlubes. De estos últimos he contabilizado al menos una docena, aunque ninguno como el que luce orgulloso en la puerta un  cartelito con la leyenda "Desde 1964". Cuando era periodista, me tocó entrevistar al comisario de Ventas (la comisaría está pegada a mi casa), que me negó insistentemente que hubiera mucha prostitución. Para mi regocijo, descubrí que se apellidaba -no podía ser menos- Torrente. No todo el mundo puede presumir de tener el pasaporte firmado por el personaje de Santiago Segura.

A mí el barrio me resulta entrañable, entre otras cosas porque he crecido en él. Me cuesta imaginarme viviendo fuera y perdiendo de vista a mi abuela, que es una de las inmortales y vive en el portal de al lado, al dueño de la ferretería, que no desiste en su empeño por formarme en el fascinante mundo de las reparaciones caseras, a los charcuteros que saben que el jamón me gusta lo más curado posible, a Gladys y Daisy, las dos cajeras-limpiadoras-reponedoras-gerentes del DIA, al chino Juan (bautizado así por las viudas mencionadas), que me dejó alucinado el día que supo qué era el espumillón cuando se lo pidió una señora...

Junto a "Las colmenas" está el patio donde aprendí a montar en bici, la autoescuela donde me saqué el carnet de conducir, los kioskos donde mangaba los periódicos cuando volvía de marcha de madrugada, el rincón al que iba previamente a potar y en el que ahora juego a la pelota con mis hijos y, si me encuentro una pota, me acuerdo de todos los muertos del responsable, el parque que atravesaba para ir al colegio y donde, puntual como un caballero británico, me pedía las pelas todos los días el mismo yonqui, al que acabé cogiendo aprecio...

Mi barrio es, en fin, como un pueblo, de lo más entretenido y lleno de vida. Siempre hay gente en la calle y todo el mundo se conoce de vista. Quizá pueda hablarse de un cierto espíritu de comunidad, palpable cuando hay algo que celebrar. En Nochevieja, después de las uvas, nos asomamos todos por la ventana y nos saludamos de unos edificios a otros, mientras los más cafres compiten a tirar el petardo ilegal más gordo (es costumbre que quienes salen rumbo a fiestas lo hagan agazapados bajo paraguas protectores). El otro día, tras el triunfo de España ante Italia en la Eurocopa, se repitió el ritual, con los balcones a rebosar de vecinos brincando y abrazándose. ¿Habrá ocasión esta noche?

miércoles, 25 de junio de 2008

Filosofía todo-a-cien y Spiderman

Abundando en la banalidad de la vida mencionada hace un par de entradas, he recordado aquello de “el problema no es que Dios sea bueno o malo; el problema es que es indiferente”, que creo de Spinoza. Llamémosle Dios, Conciencia Cósmica, Principio Rector, Física-Química, Vacío o Nada, en cualquier caso resulta indiferente. Tanto nosotros para ello como, en consecuencia, ello para nosotros. Cuando el planeta se vaya a tomar por culo -porque se irá, sea por el cambio climático, la extinción del sol, la contracción del Universo, la guerra nuclear o la disolución bajo el peso de nuestra propia estupidez- y, con él, la Humanidad (ya ha dicho Stephen Hawkin que empieza a ser prioritario lo de buscar otro sitio donde vivir), será como si no hubiéramos existido. Y ni los cuadros de Velázquez ni las obras de Shakespeare ni las partituras de Mozart justificarán nuestra existencia, porque no habrá nadie para hacerlo ni nada ante lo que hacerlo. La vida es fruto de una casualidad cósmica, y los seres humanos, de la evolución natural, producto, a su vez, de mutaciones azarosas. Estamos como podríamos no estar. Por ello, el gran logro humano no es sino la capacidad para, sabiendo todo esto, levantarnos cada mañana y tirar p’alante en vez de quedarnos en la cama a vegetar. Más aún, la capacidad para tomarlo con humor (hay hindúes para los que todo lo que existe es el Ser jugando y bromeando consigo mismo), evitar la tentación de un nihilismo autodestructivo y reemplazarlo por un hedonismo ético, el que nos permite ver que nuestra libertad (para el placer) acaba donde terminan la libertad y el placer de los demás. En palabras de Tierno Galván, que queda mucho más fino, la plena instalación en la finitud.

P.D.: A propósito de Dios, me han regalado el libro “Cómo ser un superhéroe”, con prólogo del único Dios verdadero, Stan Lee. Es un ensayo realmente útil que resuelve algunas de las preguntas que todos nos planteamos antes o después, como, por ejemplo (cito los títulos de varios capítulos): “Cómo salvar a unos niños cuyo autobús cuelga de un precipicio”, “Cómo fabricar un ala-delta con tela de araña” o “Cómo sobrevivir a un ataque con calabazas-bomba”. Que uno andaba por la vida tan tranquilo, pensando que, en caso de combate con el Duende Verde, tenía que alejarse o esquivar sus mortíferos artefactos, y resulta que es todo lo contrario: hay que abalanzarse sobre ellos, porque las calabazas-bomba tardan entre 3 y 7 segundos en explotar y da tiempo a devolvérselas al enemigo. Los mejores capítulos son, no obstante, “Cómo superar la muerte de un ser querido”, en el que se aplican las enseñanzas de Spiderman tras los asesinatos del tío Ben y Gwen Stacy, y “Cómo relacionarse con un jefe hostil”, en el que se tiene en cuenta el trato que J. Jonah Jameson procura a Peter Parker. Esto sí es un libro de autoayuda y no los de Paulo Coelho.

martes, 24 de junio de 2008

...y 70

- Papá, ¿cuántos años cumples?
- 37.
- Ah -hace una pausa, pensativo-. Y después 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45, 46... -Y sigue hasta 70.
¿Pero no se suponía que este niño sólo contaba hasta 20? ¿Por qué se detiene en 70? ¿Qué sabeeeeeeeeeee?

jueves, 19 de junio de 2008

¿Tontos felices o lúcidos amargados?

Suele debatirse si es mejor vivir en la ignorancia, adherirse a unas cuantas convicciones ajenas para transitar por este mundo despreocupadamente, o ahondar en el conocimiento, que creo consiste en llegar a conclusiones por uno mismo y cuestionarlas a cada momento, con el consiguiente riesgo de amargura existencial. Como siempre hay alguien que ha dicho las cosas antes y mejor que uno y puesto que ando mal de tiempo e ingenio, suscribo los siguientes extractos del guión de la película "Lugares comunes" de Aristaráin (la frase en negrita es, a mi juicio, la solución al debate):

“La lucidez es un don y es un castigo. Está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el Arcángel rebelde, el Demonio… Pero también se llama Lucifer el Lucero del Alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse… Lúcido viene de Lucifer y de Lucifer viene Lux, de Ferous, que quiere decir “el que tiene luz, el que genera luz que permite la visión interior”… El bien y el mal, todo junto. La lucidez es dolor, y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez… “El silencio de la compresión del mero estar. En esto se van los años. En esto se fue la bella alegría animal".

“El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero, cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo. Y, cuando llega, se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se lo quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia”.

“El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que, con los años, esa fuerza instintiva y oscura se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe. Hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal que se ha perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es un motor muy difícil de mantener. De repente y sin motivo, se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede, no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos. Si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa; la ausencia pasa. Se conoce a la muerte antes de morir: es un final antiguo, rutinario y común. Es un final deseado que se espera sin temor, porque uno lo ha vivido muchas veces. Todo da igual…”

A los alumnos de Magisterio del protagonista: “Me preocupa que tengan siempre presente que enseñar quiere decir mostrar. Mostrar no es adoctrinar; es dar información, pero dando también, enseñando también, el método para entender, analizar, razonar y cuestionar esa información. Si alguno de ustedes es un deficiente mental y cree en verdades reveladas, en dogmas religiosos o en doctrinas políticas, sería saludable que se dedicara a predicar en un templo o desde una tribuna. Si por desgracia siguen en esto, traten de dejar las supersticiones en el pasillo, antes de entrar en el aula. No obliguen a sus alumnos a estudiar de memoria: eso no sirve. Lo que se impone por la fuerza es rechazado y en poco tiempo se olvida. Ningún chico será mejor persona por saber de memoria el año en que nació Cervantes. Pónganse como meta enseñarles a pensar, a que duden, que se hagan preguntas. No los valoren por sus respuestas; las respuestas no son la verdad. Buscan una verdad que siempre será relativa. Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos. Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia: qué, cómo, dónde, cuándo, por qué. Si en esto admitimos también eso de que “la meta es el camino”, como respuesta no nos sirve. Describe la tragedia de la vida, pero no la explica. Hay una misión o un mandato que quiero que cumplan. Es una misión que nadie les ha encomendado, pero que yo espero que ustedes, como maestros, se la impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin límites. Sin piedad”.

martes, 17 de junio de 2008

Apocalíptico estoy

Dejando aparte la obra maestra "Cuatro meses, tres semanas, dos días" y la última de Indiana Jones, que ni fu ni fa -a la hora de salir del cine era incapaz de recordar más de dos secuencias-, las tres últimas películas que he visto son "La niebla", "Soy leyenda" y "Monstruoso", todas pirateadas de internet (un saludo a la SGAE). O mi cinefilia deja mucho que desear -objetivamente me han parecido bastante regulares pero subjetivamente me lo he pasado como un enano (y enana, señora ministra)- o estoy imbuido de espíritu apocalíptico. 

Ya se sabe que la fantasía y la ciencia-ficción encuentran terreno abonado en épocas de incertidumbre mundial y, como comentaba hace poco con el Reguera, la que vivimos lo es: el imperio decae como referente político (si es que alguna vez lo fue), la economía hace aguas, los alimentos escasean, los principios éticos más elementales son cuestionados, el cambio climático se agrava, Julio Medem sigue haciendo películas... todo ello agita nuestros miedos más profundos, que proyectamos en la ficción. Hasta el escritor de moda, ese que dicen que ganará el Nobel en breve, Cormac McCarthy, se deja de vaqueros y describe en su reciente "La carretera" el fin de la Humanidad tal como la conocemos (una novela decepcionante, por cierto; el que quiera desazonarse, que lea "Sobre héroes y tumbas" de Sábato).

¿Qué me pasa, doctor? ¿Acabaré adorando al maquillado Al Gore como nuevo Mesías? ¿Agotaré las existencias del Supersol y construiré un búnker junto a mi portero el yanqui, que de esto tiene que saber? ¿Seré capaz de afrontar el holocausto con él y su incesante verborrea? ¿Pasearé, a lomos de caballo, por el otrora Paseo de la Castellana y me toparé, cual Charlton Heston, con un brazo de la Cibeles semienterrado en la arena? ¿Me comerán los zombis cuando tenga que salir del refugio para salvar a mi hijo, que habrá ignorado por enésima vez mis advertencias de no corretear solo por la calle? ¿Será Esperanza Aguirre el Anticristo? ¿Qué nos intenta transmitir Bibiana Aído? ¿Es cierto, como se rumorea, que sus gilipolleces, escuchadas al revés, coinciden con las predicciones de Nostradamus?

lunes, 16 de junio de 2008

Aterriza como puedas

Una buena película cómica es aquella que luego comentas con los amigos en plan "¿Te acuerdas cuando...?". Vistos los comentarios a una entrada anterior, en la que se empezaba hablando del Día del Orgullo Pedófilo y no sé cómo se terminaba recordando frases de "Aterriza como puedas", ésta es una de ellas. Unos cuantos "cuandos" de su primera y segunda parte que se me vienen enseguida a la cabeza son:

- Cuando la pasajera anciana pide algo para leer y la azafata le ofrece el libro "Viejas leyendas de deportes judíos".

- Cuando el médico dice que hay que llevar a los pasajeros enfermos a un hospital y, ante la pregunta de la azafata ("¿Qué es, doctor?"), responde: "Un edificio grande, blanco, con muchas camas...".

- Cuando el jefe de controladores recibe un informe de la situación y se lo pasa a uno de sus ayundantes: "Mira a ver qué podemos hacer con esto", y el ayudante, doblando los papeles, propone hacer un gorrito, una pajarita...

- Cuando uno de los pilotos llega al aeropuerto y se dedica a hostiar a todos los brasas que se le ponen por delante: harekrisnas, voluntarios de ONG, etc.

viernes, 13 de junio de 2008

Una foto pornográfica

Porque salen en ella unos cojones asín de grandes. Y porque me imagino que le resultará obscena a mucha gente. La gente de los "peros": "el Gobierno chino viola los derechos humanos, pero...", "Fidel Castro es un dictador, pero...", "Franco también lo era, pero...", " Chávez es un bufón, pero...", "Pinochet era un asesino, pero...", "ETA es una banda terrorista, pero...", "Arabia Saudí es un régimen feudal, pero..." Son estos "peros" los que rigen las relaciones internacionales.

En un mes de junio de hace 19 años, el joven de la foto detenía él solito el avance de una columna de tanques, probablemente porque los soldados suelen ser menos hijoputas que los civiles que les mandan desde sus despachos y a ninguno de ellos le apetecía pasar por encima de un estudiante desarmado. ¿Qué habrá sido del llamado "héroe de Tiananmen"? ¿Estará muerto o habrá fabricado alguna de las prendas de vestir que llevo puestas?

jueves, 12 de junio de 2008

24 de junio

Se acerca el 24 de junio, cumpleaños de un servidor, y hoy he leído en La Razón que será el Día del Orgullo Pedófilo. Yo que estaba tan contento por coincidir con el solsticio de verano y la onomástica de Su Majestad el Rey... Y a todo esto: ¿qué coño hacía ojeando La Razón? Un año más y seguiré sin conocerme...

miércoles, 11 de junio de 2008

Otra llamada

Dedicado al Reguera.

- Servicio de atención al cliente de Telefónica. Le atiende Wilson. ¿En qué puedo ayudarle?
- Egun on. Te llamo en nombre de ETA. Hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio. Está previsto que explote a las...
- Le deletreo para tramitar correctamente su llamada. ¿Dijo ETA? E de España, T de...
- Noooo. ¡De España no! E de Euskadi, T de Ta y A de Askatasuna...
- Disculpe, señor: aunque soy de Ecuador, no hablo guanche.
- ¿Guanche? ¡Es euskera! Pero el caso es que la bomba...
- ¿Bomba? Le paso con nuestro servicio técnico.
...
- Servicio técnico. Le atiende Jonathan. ¿En qué puedo ayudarle?
- Egun on. Te llamo en nombre de ETA. Hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio. Está previsto que explote a las...
- ¿Explotar? ¿Ha probado a reiniciarlo?
- ¿Ein?
- Lo intentaré yo desde aquí. ¿Me puede decir de qué modelo es el coche bomba?
- No sé, creo que un Citröen Xara Picasso.
- ¿Sara Picasso? ¿Desea su número? Le paso con nuestro servicio de información telefónica.
...
- Servicio de información telefónica. Le atiende Gladys. ¿En qué puedo ayudarle?
- Oiga, me han pasado con usted porque les he hablado de un Xara Picasso, pero lo importante es que...
- Por Sara Picasso no me figura nada.
- ¡Que da igual! Le digo que hay un coche-bomba en su parking C y que va a explotar a las 10:45. Telefónica es una multinacional española, un símbolo del Estado opresor del pueblo vasco, y ya es hora de que...
- Por “Estado opresor del pueblo vasco” tampoco me figura nada.
- ¡Páseme con un encargado!
...
- Jefatura de servicio de atención al cliente. Le atiende Néstor José. ¿En qué puedo ayudarle?
- Mira, Néstor, me están mareando tus subordinados. No se enteran de que hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio, que va a explotar a las 10:45 y que es una respuesta del pueblo vasco a su opresión por el Estado español.
- ¡Qué me dice! Yo soy miembro de la plataforma anti-imperialista indígena ecuatoriana. Es un placer saludar a un camarada. Nosotros llevamos oprimidos 500 años. No tenemos prestaciones sociales, se nos discrimina por nuestra raza, apenas estamos representados políticamente, nuestras tradiciones y lenguas aborígenes están marginadas, carecemos de la más mínima capacidad de autogestión...
- Para, para. La verdad es que nosotros sí tenemos todo eso.
- ¿Entonces de qué os quejáis?
- Pueees, de muchas cosas. Por ejemplooooo... estoooooo... joder, me he quedado en blanco.
- No importa, seguro que tenéis razón en vuestras quejas. Te paso con el servicio de reclamaciones.
...
- Servicio de reclamaciones. Le atiende Daisy. ¿En qué puedo ayudarle?
- Snif.
- ¿Está usted llorando, señor?
- ¡Hay un puto coche-bomba en su edificio y va a explotar a las 10:45!
- Son las 10:50.
- !Qué! Ha debido de fallar algo. Voy para allá, no cuelgue.
...
- ¿Sigues ahí?
- Sí, señor. ¿Tiene algún fallo técnico? Le paso con nuestro servicio técnico.
- Nooooo.
...
- Servicio técnico. Le atiende Jonathan. ¿En qué puedo ayudarle?
- Jonathan, estoy en el coche-bomba y no ha explotado y me habéis tenido media hora al teléfono y la llamada me va a costar una pasta y ya no sé qué hacer...
- ¿Ha probado a unir los dos cables verdes?
- ¿Eh? Pues no. A ver...
BUUUUUM.

martes, 10 de junio de 2008

El teléfono de la ministra de Igualdad

- Hola, ¿es el teléfono para que los hombres canalicemos nuestra agresividad machista?
- Así es, caballero.
- Bien, porque... !eres-una-hija-de-puta-zorra-asquerosa-me-cago-en-tus-muertos!
- Y en mis muertas, espero.
- ¿Eh? Estooo, pueees... sí, claro, también.
- No pasa nada: sólo está usted sufriendo un síndrome temporal esquizoide de frenesí compulsivo con desarreglo psicótico-emocional.
- ¿Cuálo?
- Que se le ha ido la olla un rato.
- Acabáramos. Entonces me quedo más tranquilo. Me voy a comprarle un ramo de flores a mi mujer...

Doña Clarita

Doña Clarita es una vecina de mi abuela que sólo morirá cuando otro inmortal le corte la cabeza. Desde que tengo uso de razón, la recuerdo enfundada en su imposible abrigo de piel azul (¡), maquillada como un cuadro expresionista y con un peinado que envidiaría Amy Winehouse. Cada vez que subo en el ascensor con ella, sistemáticamente me hace las tres mismas preguntas, a saber: “¿qué tal tu madre?”, que tiene su lógica porque mi madre vivió muchos años en el edificio; “¿qué estudias?”, que, con 36 años, empieza a resultarme pelín humillante, y “¿te gusta Londres?”, ciertamente sorprendente pues nadie se la imaginaría paseando a la vera del Támesis.

También sistemáticamente, yo contesto: “Bien... Periodismo... Sí”, tras lo cual Doña Clarita se entrega a una apología de la capital británica, intercalando frases surrealistas en inglés, que se me hace eterna pese a durar sólo cuatro pisos. No obstante, de unos años a esta parte, si voy a casa de mi abuela y diviso a la buena señora en el portal, me agazapo tras unos arbustos a hacer tiempo, porque temo el día en que cambie el orden de las preguntas: “¿Qué estudias?”. “Bien”. “¿Te gusta Londres?”. “Periodismo”. “¿Qué tal tu madre?”. “Sí”.

Cuando me la encuentro por la calle, el discurso de Doña Clarita puede ser de dos tipos: si me acompaña mi hijo de 4 años, el típico rollo “yo a tu padre lo conozco desde que tenía tu edad”, a lo que Otis Jr. suele responder con un bufido en la mejor tradición de su progenitor; si voy solo, “!cómo me acuerdo de tu abuelo, que era todo un caballero!”, pues, por lo visto, mi abuelo, que, en efecto, era un caballero de los de corbata diaria e inclinación de cabeza, tuvo la ocurrencia de ponerse de su parte en una polémica junta de vecinos allá por el año en que Franco hizo la comunión.

Durante las Navidades, todos los días, Doña Clarita saca a su terraza al patio, compartido con el de mi comunidad, un magnetofón -si, sí, un mag-ne-to-fón-, pone una cinta de villancicos a todo trapo y se larga, dejando allí el aparato hasta que acaba la grabación. Es su forma de contribuir al espíritu navideño, que el resto de vecinos agradece acordándose de sus muertos, si es que los tiene y no fue creada en un laboratorio. Cuando era pequeño, me divertía tratando de acertar al magnetofón con un tirachinas, pero ahora me parece una tradición entrañable. No concibo unas Navidades sin los villancicos de Doña Clarita, que, por cierto, son los de toda la vida -los peces en el río, campana sobre campana y arreburroarre-, no gilipolleces de los Lunnies o similares.

lunes, 9 de junio de 2008

Mi portero

Mi portero es estadounidense. Para ser más exactos, tiene la doble nacionalidad, pero a mí me mola decir que es estadounidense porque todos mis amigos y conocidos tienen porteros españoles con nombres como Eufrasio, Nemesio o Paulino, que son nombres muy respetables pero ni por asomo tan fashion como el de mi portero (me lo callo por si le da por hacer búsquedas de sí mismo en internet, que no me extrañaría).

Mi portero se toca los huevos. Su labor consiste básicamente en el verbo to be, es decir, ser y estar. Por lo demás, limpia las zonas comunes, recoge la basura y, eso sí, soporta a las vecinas matusalénicas para las que un “empleado de la finca” -eufemismo para “portero” en las actas de las juntas de vecinos- es un esclavo a su servicio las 24 horas. El caso es que yo a mi portero lo veo todo el día en su garita navegando por internet o viendo películas previamente pirateadas.

Mi portero ha nasío pa sufrir. Siempre es el que más enfermedades padece, el que peor llega a fin de mes, el que menos vacaciones disfruta... pero cambia de coche como yo de calzoncillos, veranea en Estados Unidos y tiene una plaza de aparcamiento alquilada, una casa en el pueblo, una televisión de plasma de casi medio millón de las antiguas pesetas, conexión ADSL, los sopotocientos canales de Imagenio...

Mi portero entra en mi casa como Pedro por la suya. Lo cual me parece bien, porque es de confianza y nunca lo hace sin un motivo justificado, pero podría preguntar antes “¿Te parece que vaya mañana con el del agua para leer el contador?” en vez de avisármelo a posteriori. También dice otras cosas como: “He visto que tenéis el mismo DVD que yo; ¿me dejas el folleto de instrucciones, que he perdido el mío?” 

Mi portero es un cotilla. Además de saberse mi casa de memoria, intenta enterarse de mi vida, sobre todo cuando le rompo los esquemas. Por ejemplo, si me ve por el barrio en horas laborables, pone una cara como si se le acabaran de aparecer el Yeti y el monstruo del Lago Ness juntos. Y me pide explicaciones, el cabrón. Y, como suele pillarme desprevenido y no puedo activar mi largamente trabajada bordería vecinal, consistente en responder con lacónicos monosílabos a posibles preguntas o, en casos extremos, simular que hablo por el móvil, voy y se las doy: “Es que estoy de baja”, “es que me he cogido el día para asuntos propios”...

Mi portero se cree que yo fui de los vecinos más implicados en su subida salarial. El hombre llevaba años reclamando que, en vez de en metálico, se le pagara por nómina el suplemento de recogida de basuras. Un día, dejaron en el buzón el acta de la junta de vecinos en la que se había hablado de este tema, junto con la enésima reforma del portal. Fui a quejarme de ésta a su impulsor, el presidente de la comunidad, y, cuando le pregunté al portero "¿Dónde está el presidente, que quiero hablarle de lo del acta”, se creyó que me refería a su nómina y aún me guarda eterno agradecimiento.

Mi portero es majo. Todo lo dicho no quita para que me caiga bien (te puede caer bien alguien aunque a veces te imagines pateándole la entrepierna) y le prefiera, por ejemplo, a uno que tuve cuando era pequeño, que se llamaba Eustaquio y, cuando te quedabas encerrado en el ascensor, tardaba siglos en sacarte porque estaba sordo y no oía a los vecinos atrapados por más que nos pusiéramos “Venga, a la de tres: una, dos, tres, EUSTAQUIOOOOOO”.

No sé por qué pero, a la hora de la cena, encuentro un extraño placer en asomarme a la terraza del patio, al que dan todas las viviendas, incluida la suya, y gritar el nombre de mi portero con voz de pito, ocultándome rápida y cobardemente. Es imaginármelo en su casa poniendo cara de fastidio y abalanzándose a la terraza para pillar in fraganti al gritón y partirme de risa.

viernes, 6 de junio de 2008

Y seguimos con Dios

Mucho antes de que Amy Winehouse se topara, al final de una kilométrica raya de coca, con la colección de discos de su padre y redescubriera las baladas jazz, el soul y el sonido Motown/Detroit, Dios se había reencarnado en un gordido travesti un poco grimoso que, en vez de hacerse acompañar por los Monster, de una de cuyas películas parece haberse escapado, lo hace de los Johnsons para parir maravillas como ésta (dedicada a Clot, que espero recuerde la entrevista de Isabel Coixet a Antony con la que pasamos días descojonándonos).

jueves, 5 de junio de 2008

Enigma histórico: ¿por qué contestó sí el griego?

Un par de siglos después de Cristo, en una taberna de Asia Menor, un griego pregunta a un cristiano qué se le ha perdido por allí.

Cristiano: “Estoy de bolos por el Mediterráneo, convirtiendo a los hombres a la palabra de nuestro único Dios”.

Griego: “¿Sólo tenéis uno? Nosotros, muchos. Pero son bastante cabrones e intentamos pasar de ellos en lo posible”.

Cristiano: “El nuestro también tiene sus días, aunque, como es Uno pero Trino, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo...”

Griego: “¿Mande?”

Cristiano: “Da igual, yo tampoco acabo de entenderlo. El caso es que el Padre es pelín vengativo y el Hijo todo lo contrario. Declaró que, si tu enemigo te golpea en una mejilla, debes poner la otra...”

Griego: “No me lo creo; no se puede ser tan pringao... Nosotros, como nos aticen una vez, intentamos devolverla por duplicado. Que se lo digan a los persas, que anda que no los hemos corrido a hostias... ups, perdona”.

Cristiano: “Qué belicosos. Por cierto, ¿qué hacéis si uno de vosotros cae gravemente herido en combate?”

Griego: “Coño, pues lo normal: rematarlo para que no sufra y muera con dignidad”.

Cristiano: “Nosotros nos cruzamos de brazos para no interferir en la voluntad de Dios...”

Griego: “La madre que os parió... Empiezo a entender por qué en Roma os tiran a los leones”.

Cristiano: “Pero es que lo vuestro es pecado, y el que peca no va al Cielo, sino al Infierno”.

Griego: “En nuestra religión no hay ni Cielo ni Infierno. Sólo el Hades, donde moran las almas sin goces ni castigos. Se limitan a estar allí, aburridas como setas”.

Cristiano: “Nuestro Cielo supone la felicidad eterna frente a las miserias de este mundo. Porque os habréis dado cuenta de que la vida es un valle de lágrimas... Vamos, una mierda”.

Griego: “¡Qué dices! Como el Hades es tan poco excitante, procuramos exprimir la vida al máximo. De ahí nuestros avances en filosofía, ética, política, historia, arte, astronomía, matemáticas, geometría, aritmética, deporte, física, medicina... Oye, ¿y de follar cómo andáis?”

Cristiano: “Malamente. Lo justo para tener hijos”.

Griego: “A ver si además de pringaos vais a ser gilipollas... Nosotros nos tiramos a todo lo que se mueve. Hasta nuestros dioses están más salidos que el pico de una mesa”.

Cristiano: “Será porque son imperfectos. El nuestro es Perfecto, es la Verdad”.

Griego: “Pues me está pareciendo un poco listillo. Por aquí dudamos de nuestra capacidad para conocer la Verdad e intentamos cuestionarlo todo a la luz de la razón”.

Cristiano: “Bueno, no me líes. ¿Te conviertes o no te conviertes?”

miércoles, 4 de junio de 2008

Películas que me formaron sin saberlo

Año 1985. Un niño de 14 años (porque entonces con 14 años aún se era un niño) ve “Los goonies” y, sin ser consciente de ello, descubre el ritmo cinematográfico, algo en lo que los estadounidenses han estado, están y estarán a años luz del resto del mundo. Igualmente interioriza que, en una película de aventuras, la acción debe avanzar en todo momento, los personajes pueden quedar perfectamente dibujados en unos cuantos planos, algunos de ellos se te alojan en el cerebro para acompañarte el resto de tu vida y un buen final es tan esencial como complicado (décadas después, aún se pregunta qué sería de Sloth a bordo del barco pirata y siempre sospecha, al toparse con una familia insoportable, que esconde a un freak de buen corazón en la buhardilla). También empieza a entender que las películas no se hacen solas, que el hecho de que un tal Steven Spielberg haya parido la historia tiene importancia y que no es casual que el encargado de desarrollarla sea el mismo guionista de “El secreto de la pirámide”, otra obra maestra ¡del mismo año! Y va completando su inconsciente formación con una televisión a la que no le importa programar en prime time “El capitán Blood", "Las aventura de Robin Hood" o El halcón y la flecha”, con las que realiza los mismos descubrimientos.

lunes, 2 de junio de 2008

Comentario de un libro sin consultas

Siempre que he escrito una reseña de un libro, he procurado tenerlo delante para recordar su contenido, extractar alguna cita, seleccionar sus mejores partes o apuntar notas biográficas del autor, completando el trabajo con búsquedas en internet. Hoy me he planteado si habría alguno que podría comentar del tirón, sin la menor consulta, y me ha venido a la cabeza la trilogía de Gerald Durrell “Mi familia y otros animales”, “Bichos y demás parientes” y “El jardín de los dioses”, que recuerdo como si hubiera leído ayer, aunque hayan transcurrido dos décadas.

Gerald Durrell era un zoólogo británico que escribió multitud de libros en los que, en clave de humor, recopilaba sus andanzas por el mundo estudiando el comportamiento de los animales o capturando ejemplares de especies amenazadas para su zoo. En las tres novelas citadas, rememora los veranos de su infancia en la isla griega de Corfú, veranos que compartía con su madre y sus hermanos, entre ellos el Durrell serio, Lawrence, autor de la tetralogía “El cuarteto de Alejandría”.

El pequeño Gerald describe a los curiosos personajes que pueblan la isla y a los aún más pintorescos miembros de su familia, relata sus paseos por playas, bosques y colinas, explica el despertar de su curiosidad por el mundo animal, detalla sus primeras experiencias con ejemplares pequeños -insectos, fundamentalmente-, que almacena en casa para horror de sus hermanos... Todo, como decía, con un sentido del humor que dibuja una sonrisa permanente en el lector y provoca ocasionales carcajadas.

Por algún motivo extraño que, en una reciente entrevista en “Babelia”, intentaban desentrañar sin éxito ni más ni menos que Fernando Savater y Eduardo Mendoza, el humor está mayoritariamente infravalorado en Literatura, como si las obras destinadas a hacer reír pertenecieran a un género menor, por mucho que el mismísimo Quijote se leyera en su época como una novela humorística o que nadie discuta la maestría de “La conjura de los necios”.

Hay novelas buenas, regulares y malas, con independencia de su nivel de comicidad. Y si una novela buena, por aplicar un par definiciones entre las muchas subjetivas posibles, es aquella que lamentas acabar porque quieres seguir experimentando las emociones que te ha producido o la que terminas siendo una persona diferente a la que la empezó, la trilogía de Corfú bien merece el calificativo. Imposible cerrarla sin sentir unas ganas tremendas de coger el primer avión a Grecia, abrir un zoo en casa o, sencillamente, disfrutar más y mejor de los pequeños placeres.

Cuando la leí, por ejemplo, yo odiaba la playa con toda mi alma, por lo de pringarme de arena y sal bajo un sol inclemente. Recuerdo un capítulo, no sé de cuál de las tres novelas, en el que Durrel cuenta de tal forma una feliz jornada con su perro en una cala perdida, deteniéndose, precisamente, en las sensaciones que le causaban la sal, la arena, el sol, la luz, el agua... que hubiera dado cualquier cosa por tener una playa cerca para rebozarme y darme un chapuzón. Si un escritor puede lograr eso, es que es de los buenos.

viernes, 30 de mayo de 2008

Un cuento corto

Después del holocausto nuclear, la Humanidad regresa poco menos que a la edad de piedra. Los supervivientes se reúnen y comienzan a organizarse para poner en marcha la civilización. “A ver -dice un antiguo director de Recursos Humanos que, como tal, se cree investido de una autoridad especial-, que levanten la mano los que antes del desastre eran agricultores”. Y pone a quienes la levantan a cultivar los campos. Sucesivamente pregunta por pescadores, pastores, albañiles, médicos, químicos, policías, bomberos... y a todos ellos los reincorpora a sus antiguos oficios. Entonces me ve y me pregunta: “¿A qué te dedicabas tú?”. “Era consultor de Comunicación y Relaciones Públicas -respondo-. Asesoraba a empresas para posicionarlas en el mercado según la percepción que desearan o necesitaran en el mismo”. “Ah, muy bien -dice-. ¿Te importaría ponerte a un lado?”

jueves, 29 de mayo de 2008

¿A cuál de los dos reconocerías por la calle?

Curriculum del señor de la izquierda: doctor en Medicina y Cirugía, con estudios de posgrado en Epidemiología y Salud Pública; director del Centro de Investigación en Salud Internacional de Barcelona; jefe del Servicio de Medicina Tropical y Salud Internacional del Hospital Clínic; profesor de la Universidad de Barcelona; director científico del Centro de Investigación en Salud de Manhiça (Mozambique), donde, financiado por la Fundación de Bill Gates y la Agencia Española de Cooperación Internacional, lidera la investigación mundial contra la malaria, una enfermedad que mata a un niño cada 30 segundos en el África subsahariana; miembro del Consejo Asesor del Ministerio de Sanidad y Consumo; presidente del grupo de expertos en vacunas contra la malaria de la Organización Mundial de la Salud; consultor habitual de la Unión Europea, el Banco Mundial y otros organismos nacionales e internacionales; autor de más de 150 artículos de investigación; premio Balmis, Joan Oro y Ciutat de Barcelona; medalla de Oro de la Cruz Roja; Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad y doctor honoris causa por varias universidades. Su centro de Manhiça fue galardonado ayer, junto a otras organizaciones, con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

Curriculum de la señora de la derecha: tuvo una hija con un torero.

miércoles, 28 de mayo de 2008

¿Se puede ser más falso?

Foto de elpais.es tomada ayer. No se aprecia bien si se están saludando o lanzándose el uno al cuello del otro para estrangularse. Por encima de otros motivos, como la derrota electoral, su previo ejercicio radical de la oposición, sus condicionantes mediáticos o el escaso carisma de Rajoy, la crisis del PP reside en su condición de partido tampax, que sirve (o servía) para todos: defensores y enemigos de las políticas sociales, centristas y franquistas, ateos y legionarios de Cristo, acatadores de la sentencia del 11-M y empeñados en socavarla, gays y homófobos, corruptos e incorruptos... Y respecto al PSOE, tres cuartos de lo mismo, aunque domeñado el batiburrillo por el sorprendente carisma zapateril. Qué bien le vendrían a España cinco grandes partidos de cobertura nacional: uno de centro, otro de centro-derecha, un tercero de centro-izquierda y, a la vera de estos dos últimos, uno de derechas y otro de izquierdas. Recaería en el electorado la labor de orientar ideologías y decidir pactos. Del puto sistema electoral y de la consiguiente y contradictoria presencia en el Parlamento estatal de partidos contrarios al Estado mejor no hablar, que se me reproduce la úlcera.

viernes, 23 de mayo de 2008

Señora baronesa, a sus pies

Conozco a mucha gente que no soporta a la baronesa Thyssen. La mujer es un poco friki, no lo niego. Leo en hola.com que, en tiempos, fue Miss Cataluña, Miss España y Miss Europa, quedó tercera en Miss Universo, se casó con un tal Lex Barker, “uno de los Tarzán más emblemáticos de la pantalla grande”, y, tras la muerte de éste, contrajo segundas nupcias con esa mezcla de comercial inmobiliario, chuloputas y vendedor de rolex falsos denominada Espartaco Santoni, que la introdujo en el mundillo de las películas de bajo presupuesto. Lo que vino después es de todos sabido: una tercera boda ¿por amor? con Heinrich von Thyssen, un hijo super-freak al que, de pequeño, regalaron un diccionario sin la T de trabajo y que viste las camisas y camisetas más horteras del sistema solar, una nuera tetona con la que se lleva a matar, una sonrisa permanente del tipo Joker de Batman, que hace sospechar de un cirujano plástico puesto de speed y que la obliga a hablar siempre entre dientes, y unas rocambolescas protestas contra los planes urbanísticos del alcalde de Madrid junto al Museo Thyssen, en las que llega a encadenarse a los árboles (foto superior) vestida con trajes que deben de costar lo que dos boscos y un goya juntos. En suma: un personaje que, así de primeras, causaría cierto repelús.

Ahora bien: soy capaz de batirme en duelo con quienquiera ose criticar a Doña Carmen en mi presencia. Para mí, al igual que ocurre con Su Majestad el Rey, su persona “es inviolable y no está sujeta a responsabilidad” (artículo 56.3 de la Constitución Española). Porque, gracias a la baronesa, el Thyssen está en España y no en otros países que, como Estados Unidos o Gran Bretaña, se ofrecieron en su momento para albergar tan excepcional colección de pintura.

Según leo en la propia web del museo, fueron muchos los motivos que pesaron en la decisión del amigo Heinrich de trasladar sus cuadros a Madrid, como el edificio ofrecido por el Estado español, su cercanía al Prado, las garantías de conservación de las obras, etc. Pero a mí que no me líen: fue su mujer la que debió de decirle algo así como “Heinrichito, la colección se queda en mi país por mis cohone”, y desde entonces disfrutamos aquí de centenares de lienzos de primerísimo nivel (que fueran adquiridos posteriormente por el Estado no resta mérito al asunto), entre ellos algunos de pintores que apenas podían admirarse antes en España y que se encuentran entre mis favoritos, como Munch, Schiele, Nolde o Hopper. Así que, por mí, como si a Doña Carmen le da por pasear en pelotas por la Castellana. Se corta el tráfico y se enmoqueta la calle para que no se le enfríen los pies. Yo seguiré colándome en el Thyssen con mi carnet de prensa todo-a-cien y deseando encontrarme con ella para ponerme, literal y metafóricamente, a sus pies.

lunes, 12 de mayo de 2008

Receta de hummus

Descubrí el hummus en Jordania, en un restaurante a pocos metros de la entrada de Petra. Mi mujer y yo estábamos recorriendo el país por nuestra cuenta. Todo resultaba muy barato porque apenas había turistas, acojonados por la violenta intifada y la consiguiente represión en el vecino Israel.

(Estas últimas frase, dichas así, quedan guay. Sobre todo para quien no sepa que recorrer Jordania por cuenta propia no tiene el menor mérito aventurero, dadas las buenas comunicaciones, lo pequeño del país y la seguridad mayoritariamente reinante en sus calles, y que, en cualquier lugar del mundo, un turista puede estar nadando en la piscina mientras en el edificio de al lado violan y torturan. En otras palabras, que la gente no deja de visitar Francia porque en España pongan bombas los hijoputas de ETA).

El caso es que llevo un día aburridísimo en el trabajo, pensando, por un lado, en qué escribir en el blog y, por otro, en una cita de Groucho Marx que leí el otro día (“Mejor permanecer callado y parecer tonto que decir algo y despejar la duda definitivamente”) y, como no se me ocurría nada trascendental, he optado por dejar constancia de esta fácil, rápida y sanísima receta que descubrí en internet entre otras complicadas en las que se trabajan más los garbanzos o se utilizan semillas de sésamo.

A saber: se mete en la batidora, trituradora o el aparato que uno tenga en casa para destrozar alimentos un bote de 500 gramos de garbanzos cocidos, previamente escurridos, un yogur natural, medio o un diente de ajo (al gusto de cada cual) y un chorrito de limón (ídem) y, cuando se obtiene una pasta blandurria, se deja enfriar ésta en la nevera para su posterior consumo por el españolísimo método de mojar pan (también quedaría muy guay añadir que tiene que ser pan de pita, pero es que da igual). Legumbres, lácteos, cítricos y ajo en un mismo plato por menos de dos euros.

lunes, 5 de mayo de 2008

Dos pruebas irrefutables de la inexistencia de Dios

A pocos kilómetros de una casa rural, se puede dejar el coche junto a la carretera y bajar andando por un camino de cabras -pero transitable, a trompicones, en coche- los aproximadamente 100 metros que la separan de un río. Nada más hacerlo, descubres que, entre los visitantes del paraje, son mayoría los que prefieren llegar con su vehículo hasta la misma orilla. No ves a nadie anciano o incapacitado para recorrer a pie ese puto centenar de metros. Piensas en la generalización de la idiotez, pero, aun así, te fijas en dos ejemplares concretos.

El primero baja la cuesta con las ventanillas abiertas y la música a toda hostia. Aparca a dos metros del río y, por indicación de un amigo tan idiota como él, deja puesta la música para que todos la compartamos. Y el cabrón no se queda sin batería. El segundo aparece con su flamante Audi, lleno de amigos cuarentones tan idiotas como él, se sube al tronco de un árbol inclinado sobre el río y se pone a pegar saltos, de tal forma que las ramas golpean a los árboles vecinos y de todos ellos se desprende un buen número de hojas. Y el cabrón no se cae al agua.

jueves, 17 de abril de 2008

Una foto muy machista

He oído a algún gay que la homofobia terminará el día que los heteros que tienen amigos homosexuales dejen de alardear de ello. Creo que lo mismo puede aplicarse al tema del machismo.

lunes, 7 de abril de 2008

Hornero, el triunfador

Que la inmensa mayoría de los adolescentes son idiotas -si no de manera constante, sí con una periodicidad preocupante- es una afirmación difícilmente rebatible. Yo, de adolescente, era idiota. Y por tal me refiero a tratar de transmitir una imagen ajena a la realidad, creer saberlo todo y adoptar una pose de suficiencia. Por ejemplo, muchos compañeros de colegio las pasábamos canutas cuando, acompañados de algún familiar, nos encontrábamos con otros alumnos. No porque nos avergonzáramos de nuestros padres, abuelos, tíos o hermanos, sino porque nos sentíamos en inferioridad de condiciones respecto a quienes estaban haciendo lo mismo que nosotros pero en solitario, con independencia de sus mayores.

Recuerdo una ocasión en la que las familias de todos los alumnos vinieron al colegio para algún tipo de ceremonia, creo que de fin de curso. Al acabar, a nadie se le ocurrió reunirse con sus parientes. Todos nos precipitamos escaleras abajo hacia el patio para hacer el cafre y dejar pública constancia de que, por muchos padres o hermanos que rondaran por allí, nosotros íbamos a nuestra bola. En ello estaba cuando, a mitad de camino, adelanté a Hornero.

Hornero (no recuerdo su nombre de pila) era un freak de libro. El típico alumno gafotas, regordete, blanquecino, peludo e introvertido que, más que asistir, pasaba por clase, sin llamar la atención ni de profesores ni de compañeros. Sus notas no eran ni buenas ni malas y nadie se metía con él porque se relacionaba con muy pocos, básicamente los de su misma especie.

Pues bien: Hornero estaba bajando las escaleras a paso de caracol porque llevaba del brazo a su abuela, una viejecita minúscula vestida de negro de pies a cabeza. Le miré a la cara: no mostraba ni ternura ni fastidio; era la cara de alguien que, sencillamente, estaba haciendo lo que tenía que hacer. Y al que se la sudaba por completo lo que los demás pudiéramos pensar. Comprendí al instante que aquel freak era superior a todos nosotros, más preocupados por bajar a toda prisa para ser los primeros en comentar con nuestros compañeros lo coñazo que había sido el acto, aunque nos hubiera encantado sentirnos el centro de atención del colegio por un día, o lo gilipollas que era tal o cual profesor, aunque nos lleváramos estupendamente con él.

Hace unos años me pareció ver a Hornero en el metro. En apariencia, igual de freak que en la adolescencia. No me acerqué a saludarlo y él no advirtió mi presencia, a pesar de que no le quité la vista de encima durante un trayecto de cuatro estaciones. Si había seguido haciendo lo que debía y mostrando la misma indiferencia por la opinión ajena, tenía delante a un triunfador. Y eso no le ocurre a uno todos los días.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Cuatro recuerdos de infancia

1) En mis 36 años he comido mucho y variado. Mucho, por haber vivido con una abuela para la que comer bien es hacerlo hasta reventar. Variado, por curiosidad, viajes y compromisos profesionales. Y de ningún plato tengo tan buen recuerdo como de los huevos duros con mayonesa casera que me hacía mi madre cuando era pequeño. Si le preguntaba “¿Mamá, qué hay para cenar” y me respondía “Un huevo duro”, me invadía la mayor felicidad que he sentido nunca ante la perspectiva de una comida. Me encantaba asistir al proceso consistente en partir el huevo duro en lonchas mediante un fascinante aparato cuya única utilidad era precisamente esa y depositar la cantidad justa de aquella mayonesa memorable sobre cada loncha. Del sabor poco puedo decir porque carezco de la aptitud para describir algo tan exquisito.

2) Mis padres me acompañaban a la papelería-librería "Henares", situada debajo de casa, y me daban total libertad para elegir el libro que quisiera, sin recomendaciones ni imposiciones. Así descubrí, por ejemplo, "La historia interminable" de Ende, mucho antes de que se hiciera tan famosa y la leyera todo el mundo, o "Las aventuras de Vania el forzudo" de Preussler, con las que disfruté como con las de Don Quijote muchos años después. Y supongo que de la pared situada a la izquierda según se entraba en "Henares", cubierta por estanterías desde el suelo al techo, salieron también todas las novelas de "Los tres investigadores", algunas de las cuales no me duraban ni un día. Aunque sigo pasando horas y horas en librerías, ojeando libros, no he vuelto a experimentar una emoción como la de entonces, cuando recorría con dedos de renacuajo aquellas estanterías repletas, consciente de que, con un poco de suerte y otro poco de intuición por mi parte, me llevaría a casa una joya.

3) Mi padre trabajaba en el edificio de Iberia de María de Molina esquina Velázquez, muy cerca del Vip's de López de Hoyos. Sin periodicidad determinada, de forma que cada vez constituyera una sorpresa, se pasaba por la librería del establecimiento y me traía algún libro de tiras cómicas, que yo devoraba. La mayoría de los once ejemplares de la colección de Mafalda que tengo en casa proceden de aquellas ocasiones. Con ellos he hecho una excepción a mi manía de quitar cuanto antes las pegatinas con el precio de los libros, porque lucen la palabra "Vip's" y el importe en pesetas que me traen tan buenos recuerdos.

4) Sin duda, el regalo que más ilusión me ha hecho en la vida fue un póster de la plantilla del Real Madrid, firmado por cada uno de sus componentes sobre sus respectivas imágenes, que me consiguió, no sé cómo, mi tío Carlos Cabello (Carlos Pelos para la familia). Por aquel entonces yo era un absoluto fanático del fútbol y llevaba meses tratando de hacerme con un póster del equipo de mis amores, acompañado en tales esfuerzos por mi padre, al que ambas cosas -fútbol y Real Madrid- le eran totalmente indiferentes, como me lo son a mí ahora. Nos recuerdo en un bar, cerca de la casa de mis abuelos paternos, intentando en vano que el dueño nos vendiera un póster mugriento colgado detrás de la barra. El abandono de toda esperanza (a finales de los 70 y comienzos de los 80 no había, como ahora, tiendas especializadas, páginas web o sitios similares donde comprar este tipo de artículos) fue lo que motivó mi indescriptible ilusión al recibir el regalo. Que mi tío hubiera logrado algo que a mí me parecía tan inasible me hizo verlo como a una especie de Indiana Jones encontrando el Arca Perdida. !Cómo lloré y cómo lo abracé!

lunes, 11 de febrero de 2008

Un fin de semana completo

El viernes, a la salida del cole, toda la familia al parque. Mientras Claudia gruñía cada vez que otro niño le quitaba una de sus palas, Rafa se autoproclamaba Peter Pan y, en consecuencia, era acosado por compañeras de clase que competían por ser su Wendy. Me dediqué a hablar de política con otros dos padres. Los tres comenzamos abordando el tema con la sutileza propia de quienes desconocen de qué pie cojean sus interlocutores y desean estar a bien con ellos, pero, en mi línea, acabé desvelando a qué partido pretendo votar; entre otras cosas -me cito textualmente-, "por tener los huevos de pedir que se cambie el sistema electoral para mandar a tomar por culo a los nacionalistas y defender un laicismo radical para mandar también a tomar por culo a la Conferencia Episcopal". Cuando me pongo lírico...

El sábado, excursión a Piñuécar, donde visitamos nidos de ametralladoras y trincheras de la guerra civil en lo alto de un cerro. Rafa me hizo acarrear más piedras que un esclavo de los constructores de pirámides egipcios. Traté de ponerme en la piel de los ocupantes de aquellas instalaciones (los nidos de ametralladoras, no las pirámides), quizá voluntarios convencidos de la justicia de su causa, quizá pobres diablos a los que ésta les había sido impuesta; en cualquier caso, personas que debieron de pasarlas putas en unos habitáculos en los que apenas se cabe de rodillas y corre un vientecillo que supongo criminal en invierno.

El domingo, solo al Círculo de Bellas Artes, a una exposición de dibujos de Goethe. Que resulta que el muy cabrón, además de literato, pensador y científico, era un dibujante consumado, sobre todo de paisajes. Por lo visto, cultivó esta faceta por mera afición, sin intención de hacer públicas sus creaciones. Me recordaron, por ello, a las "Pinturas negras" de Goya, que también pintó para sí, con lo que uno se siente especialmente privilegiado al observarlas, como si accediera a la intimidad del artista. Como de costumbre, recorrí una vez la exposición respetando su orden y luego otras muchas, deteniéndome en los dibujos que más me habían gustado. Muchos de ellos, similares a esos cuadros de Friedrich en los que caballeros de espaldas contemplan la majestuosidad de la Naturaleza (curiosamente, acabo de leer que Goethe y Friedrich, amigos en un momento dado, acabaron odiándose por sus diferencias irreconciliables sobre arte).

jueves, 7 de febrero de 2008

Por poner la antena

Venía en el autobús leyendo un libro sobre Goethe, procedente del Museo del Prado, donde había ido a conocer "La Venus del espejo", incluida en una exposición sobre Velázquez. Venía, pues, pletórico de arte, creación, genio y eternidad, cuando una señora a mi lado se ha puesto a hablar por el móvil y yo me he aplicado a esa costumbre tan española de poner la antena. Uno de sus hijos debía de estar con gripe, sin saber qué hacer para remediarlo. "Tómate -le ha dicho- un vaso de leche y un efenelgan y a la cama", y me ha dado por pensar que estas palabras eran tan eternas como la obra de Goethe y Velázquez... y, tras escribir estas líneas, me he preguntado si no estaré cayendo en un detestable minimalismo naif.

lunes, 4 de febrero de 2008

Una cita de Séneca

A propósito de lo que comentaba hace dos entradas sobre la actualidad de los clásicos, el siguiente extracto de las epístolas morales de Séneca a Lucilio parece escrito por alguien que acabara de pasearse por la costa española: "¿Hasta dónde extenderéis los límites de vuestras fincas? ¿Hasta cuando no haya lago alguno en el que no dominen las techumbres de vuestras quintas ni río alguno cuyas orillas no bordeen vuestros edificios? Doquiera surjan venas de agua caliente, allí se levantarán nuevos albergues de lujo. Doquiera el litoral se repliegue formando una ensenada, vosotros echaréis inmediatamente los cimientos".

domingo, 3 de febrero de 2008

Una cita de Doisneau

Empiezo un libro sobre el fotógrafo Robert Doisneau, el de la imagen tan famosa de arriba, y la primera cita con la que me encuentro tiene que ver con mi primera entrada en este blog: "Nunca he sentido el paso del tiempo. Estaba demasiado absorbido por el espectáculo que me ofrecían mis contemporáneos, un espectáculo gratuito e infinito para el que no se necesita entrada. Y, cuando se presentaba la ocasión, les ofrecía, en recompensa, el consuelo efímero de una imagen (...).. Hay días en que la simple actividad de mirar infunde una felicidad absoluta". 

viernes, 1 de febrero de 2008

Algunos libros que me hicieron

Por principio, soy contrario a las listas del tipo "los diez libros que me llevaría a una isla desierta", ya que suelen referirse a libros preferidos o que uno cree de imprescindible lectura. Con los libros, como con las películas o los discos, ocurre que su valoración depende del estado de ánimo y de la experiencia de quien los disfruta. El que ayer resultaba un tostón insufrible puede parecer extraordinario mañana. Hoy, sin embargo, me he acordado de unos cuantos de los que sí puedo afirmar que, sin ser necesariamente mis favoritos, han influido tanto en mi forma de pensar o sentir que me han hecho -para bien o para mal- una persona distinta de la que era antes de leerlos. Y eso no cambiará.

Sin orden ni concierto: "La Ilíada", de Homero, porque, entre otras cosas, sus Aquiles, Héctores y Argamedones me hicieron sentir lo mismo que, en la infancia, mis adorados tebeos de superhéroes, con la diferencia de estar escrito casi tres milenios antes; "De la brevedad de la vida"/"De la felicidad", de Séneca, porque es consolador que, hace 2.000 años, nuestros ancestros se comieran la cabeza con los mismos problemas que nosotros; "El Quijote", de Cervantes, porque descubrí que todo lo que decían de él era cierto, que puedes morirte pensando que has escrito una intrascendente novela de humor y, sin embargo, haber legado una obra a la Humanidad que, según Dostoievski, le bastaría a ésta para justificar su existencia el día del Juicio Final; "El mundo de ayer. Memorias de un europeo", de Stefan Zweig, porque, como le escuché a un crítico literario, es acabar de leerlo y entrarte ganas de ir a tomar algo con su autor; "Cien años de soledad", de García Márquez, porque no dependió de mis estados de ánimo sino que me hizo pasar por todos los posibles; "Un mundo sin rumbo", de Ramonet, porque, aunque este autor me parece ahora un progre de la peor especie, de los que aún ven el supuesto lado romántico de Fidel Castro o las FARC, fue el primero en explicarme que el mundo no funciona como cuentan los periódicos; "Carta de Jesús al Papa", de Sánchez Dragó, porque fue la puntilla para acabar de poner en orden mis ideas sobre el fenómeno religioso y hacerme, como Buñuel, "ateo gracias a Dios"; "Música para camaleones", de Truman Capote, porque hubiera dado un brazo por escribir como este señor en este libro.

Memento mori

Ojeando la guía de ocio de un periódico, me he topado con esta foto, que exponen en el Instituto de México en España junto a otras muchas sobre Monterrey. Me ha llamado la atención la inmensa mole que parece cernirse, amenazante, sobre la ciudad. No he estado nunca, pero me da la impresión de que, te encuentres donde te encuentres en ella, basta con levantar la cabeza para ver la cadena montañosa. Estaría bien que todas las ciudades de interior tuvieran una montaña anexa que, como el esclavo que susurraba a los generales triunfantes en Roma aquello de "Memento mori", recordara a sus habitantes su nadería frente a la Naturaleza, una lección de humildad que, en las ciudades costeras, cumple sobradamente el mar.

Una matización

Una matización al final de la entrada anterior. No quiero decir que la certeza de la muerte ocupe permanentemente nuestro pensamiento ni que los momentos felices tengan la función de evadirnos de ella. Sería menospreciar tanto una certeza imprescindible para la vida, que carecería de valor sin la muerte, como unos momentos que resuelven afirmativamente el que Camus consideraba el único problema filosófico importante: si merece la pena vivir. Quiero decir que la certeza de la muerte es la causa (dormida, latente, pero siempre ahí) de nuestra obsesión por el paso del tiempo, de la que nos liberan los momentos felices.

Ahora bien, pensándolo de nuevo, son otros muchos los momentos que nos distraen del paso del tiempo pero que no me atrevería a definir como felices: un trabajo que no nos interesa pero en el que tenemos que concentrarnos, una conversación aburrida en otro idioma que nos obliga a estar pendientes, una mañana de tareas caseras y rutinarias como tender o planchar... ¿Cuál es, pues, la diferencia? A lo mejor ninguna, y los momentos felices son, sencillamente, los no infelices, más fáciles de catalogar y muchísimo menos abundantes.

lunes, 28 de enero de 2008

Piedras blancas, piedras negras

Siempre me ha sorprendido la ligereza con que algunas personas preguntan: "¿Eres feliz?" Cuando soy el interpelado, suelo responder: "Te contesto si me defines antes la felicidad". Como es lógico, sólo consigo que me pongan cara de "ya-salió-el-puto-listillo" y dejen de hablarme, pero juro por mi colección de tebeos de Spiderman que no busco provocar o fastidiar. Realmente me gustaría saber a qué se refieren para responder en consecuencia, pero casi nadie se atreve con una definición -entiéndase: asbtracta, genérica, universal- a la que sólo se han arriesgado los mayores filósofos. Y estos, a lo sumo, han vinculado la felicidad a una determinada forma de plantearse la existencia.

Creo que definir la felicidad es imposible porque la felicidad no existe. Los que existen son los momentos felices y los infelices y cada momento será de una u otra clase en función de la persona que lo experimente. Leí una vez que, en no sé qué cultura, al anochecer, sus integrantes metían en un frasco una piedra blanca si consideraban que su día había sido feliz y una negra en caso contrario. En su lecho de muerte, contaban las piedras. La felicidad sería, así, la mayor o menor colección de días (de momentos) felices.

Ahora bien, ¿se puede definir -también abstracta, genérica, universalmente- un momento feliz? ¿Hay alguna característica común a todos los momentos felices individuales? En otra ocasión, leí -o interpreté lo que leía, no recuerdo- algo así como que los momentos felices son aquellos en los que desaparece la sensación del paso del tiempo. Me parece acertada la definición, aunque plantee otra pregunta: ¿qué tienen esos momentos para obrar tal prodigio? A mi juicio, una intensidad y una capacidad de absorción de nuestra atención tales que, valga la paradoja, nos sumergen momentáneamente en la infinitud, en la atemporalidad, relegando a un segundo plano la única y permanente certeza que tenemos: que vamos a morir.