jueves, 24 de julio de 2008

Vacaciones

Señoras y señores, me las piro a Tarragona hasta el día 8 de agosto. Feliz verano.

miércoles, 23 de julio de 2008

Karadzic me rejuvenece

Fue la primera guerra que viví como periodista, cuando tenía poco más de 20 años. Dicho así, parece que estuve en Bosnia, pero no. Quiero decir que, como apasionado de las relaciones internacionales, me empapé de aquel conflicto balcánico y, en el informativo radiofónico en el que trabajaba, se me asignó su seguimiento y la relación con el "corresponsal en la zona", un señor argentino muy simpático que vivía en Varsovia y transmitía desde allí sus crónicas, fusilando sin pudor los teletipos de la Agencia EFE, alguno de cuyos reporteros, probablemente, sí las estaba pasando putas en Sarajevo o un sitio peor. Vamos, como si hubiera un atentado de ETA en Madrid y el periodista encargado de informar de ello estuviera en Roma, "en la zona". Un compañero, ya en sus treinta, se ofreció para desplazarse a la capital bosnia, pero la empresa alegó falta de fondos, y eso que en aquellos tiempos era la número uno en audiencia y sí destinaba ingentes cantidades de dinero a algunas divas cuya cobertura del crimen de Alcáser ha pasado a los anales del amarillismo más repugnante.

El caso es que todo mi odio por lo que estaba sucediendo se concentró en el hijo de la gran puta de Radovan Karadzic, cuya reciente detención me ha quitado quince años de encima. "Gracias" a él aprendí que eso de que en las guerras no hay buenos ni malos es relativo. Que entre el francotirador serbio que le vuela la cabeza a un niño y éste hay ciertos matices. Que entre los milicianos que violan en grupo a una mujer y ésta también la hay. Que los bastardos que sacan de una ciudad a todos sus habitantes varones y les pegan un tiro en la cabeza son diferentes a sus víctimas. ¿Y quién estaba detrás de todo ello? Karadzic, al que los europeos dejamos hacer durante tanto tiempo porque lo suyo era "un asunto interno". Y, una vez más, tuvieron que venir los americamos con sus aviones, cogernos de la manita y arreglarnos el marrón.

Karadzic, te deseo lo peor. Que escapes y te pille una panda de mafiosos bosnios con familiares muertos en Srebrenica. Que te sodomicen, te peguen dos tiros y te dejen agonizando colgado de un árbol. Entre otras cosas, por haberme hecho así. Y porque lo de La Haya es una mariconada y, a lo sumo, te condenarán a cadena perpetua, dándote la posibilidad de un suicidio dulce que no te mereces.

miércoles, 16 de julio de 2008

Cambios, progreso y reacción

Coincide esta magistral viñeta de El Roto, que publica hoy El País, con que ayer estuve una conferencia en la que la consejera delegada de una de las mayores agencias de publicidad de España consiguió sacarme de mi sopor habitual en este tipo de actos con un gráfico temporal en el que se señalaban los grandes hitos tecnológicos que han revolucionado la vida de los seres humanos. Llamaba la atención sobre el hecho de que antiguamente el tiempo transcurrido entre un hito y otro fuera de siglos, incluso milenios (de la invención de la rueda a la de la imprenta, por ejemplo), pero, desde finales del siglo XIX, sea de décadas, incluso años. En efecto, desde que en 1876 se patentara el teléfono, los cambios se han producido a una velocidad de vértigo, sobre todo en las dos últimas décadas, con la generalización de internet y la telefonía móvil y las consecuencias socioeconómicas -hasta políticas, me atrevería: que se lo digan a chinos y cubanos- que ha conllevado.

Recuerdo un libro de Luis Racionero, "El progreso decadente", en el que venía a decir que, hasta la Segunda Guerra Mundial, la humanidad había evolucionado a la par en los ámbitos material y espiritual (entiéndase el término "espiritual" no en sentido religioso, sino en relación con el pensamiento, la ética, la razón...). Sin embargo, acabado el conflicto, la evolución material ha sido siempre más rápida que la espiritual. Internet llegó mucho antes de que supiéramos qué hacer con sus múltiples posibilidades. Los científicos estuvieron listos para la manipulación genética cuando políticos o filósofos ni se habían planteado si debían ponerle límites. Como mostró también ayer la conferenciante, existen ya robots en Japón capaces de expresar "emociones", con lo que, si no las sienten, estarán a punto de hacerlo. Y, salvo los escritores de ciencia-ficción, nadie se ha preguntado aún cómo gestionarlas.

Mi adorado Ermesto Sabato suele citar a Schopenhauer, según el cual "hay épocas de la historia en que el progreso es reaccionario y las tradiciones, progresistas”. Quizá vivamos en una de ellas. No se trata de parar el progreso, sino de readecuar a su ritmo la evolución espiritual, máxime en un momento en el que la educación se vuelca en las ciencias y mira por encima del hombro a las humanidades. Da pavor imaginar lo que harán tantos jóvenes educados al amparo de logses, loes, peperos, sociatas y nacionalpaletos con las nuevas tecnologías. Qué coño: da pavor imaginar lo que haremos nosotros mismos, anestesiados, precisamente, por la velocidad con que se suceden los cambios y fluye la información y con una educación a nuestras espaldas que tampoco es que fuera para echar cohetes. Sin humanismo, sin espíritu, seremos campo abonado para que cualquier imbécil con unas pocas pero firmes ideas -llámesele Bush, islam radical o ultraliberalismo- nos las imponga fácilmente como se les imponen a los niños, ocupados con sus juguetes -los nuestros, eso sí, de última generación- y necesitados, por tanto, de delegar en otros su futuro.

lunes, 14 de julio de 2008

¿Por qué nos insultan? (2ª parte)

Declaraciones del Papa a los periodistas en el avión que le lleva a Australia, donde, por lo visto, se han dado casos de abusos sexuales a menores por parte de curas católicos: la pederastia es un comportamiento "incompatible con el sacerdocio, porque contradice la santidad". Benedicto, por amor de Dios, que la pederastia es incompatible con TODO: con el sacerdocio, con la jardinería, con el periodismo, con la abogacía, con la pesca, con el fútbol, con la papiroflexia... porque es un delito, y quienes lo cometen deberían estar en la cárcel o colgados de un árbol. A mí los asuntos internos de cualquier institución religiosa me son indiferentes -no sus delitos, que se convierten, evidentemente, en asuntos "externos"-, pero quizá el máximo representante del catolicismo debería plantearse que, si los sacerdotes tuvieran libertad para casarse, follar o masturbarse, a lo mejor descendía el número de "incompatibilidades", por aquello de la represión del deseo. Ni el adolescente más pajillero está tan obsesionado por el sexo como la Iglesia Católica. La diferencia es que al primero se le pasa durante un rato tras cada "acto intrínseca y gravemente desordenado" (este último entrecomillado, extraído de la Declaración "Persona humana" de la Congregación para la Doctrina de la Fe).

jueves, 10 de julio de 2008

¿Por qué nos insultan?

José Luis Rodríguez Zapatero, en reciente entrevista a El País: “Para mí (Bibiana Aído) merece el respeto de representar al Gobierno de España y de tener sus plenos derechos constitucionales para ser ministra, a pesar de tener 31 años y ser mujer”. El “a pesar de” es cojonudo. Se me ocurren pocos políticos más paternalistas y machistas que ZP. Y sigue: preguntado por las gilipolleces que suelen salir de la boca de la ministra de Igualdad, las define como “una técnica para fomentar debates”. Con dos cojones.

José María Aznar, en reciente entrevista a Telemadrid, asegura que, cuando defendió que había armas de destrucción masiva en Irak, ésta “era una creencia generalizada en todo el mundo”. Que yo recuerde, los inspectores de la ONU opinaban justo lo contrario. Como cualquier persona que, durante los años anteriores, se hubiera fijado en esas noticias breves que, escondidas en las páginas de Internacional de los periódicos, iban informando periódicamente del exhaustivo desmantelamiento del arsenal iraquí tras la primera guerra del Golfo. “Todo el mundo” eran el chimpancé Bush, el alelado Blair y Colin Powell, el hombre del power point todo-a-cien en el Consejo de Seguridad. Y Aznar va, lo suelta y se queda tan ancho. Y se rumorea que Acebes anda por el Amazonas investigando la conexión entre el 11-M, Sadam Hussein, el Lute y los yanomamis.

Menú de la reciente cena de despedida de los dirigentes del G-8 -los que de verdad mandan, no los dos pringaos anteriores-, centrada en el cambio climático y el hambre en el mundo. Entradas: maíz relleno de caviar, salmón ahumado, erizo de mar, tartaleta de cebolla y bulbos de azucena y ajedrea. Primeros platos: ternera de Kyoto bañada en algas y condimentada con espárragos y salsa de sésamo, tacos de atún con aguacate, salsa de soja y shiso, sopa de almejas, congrio con azucenas y vinagreta de soja, langostinos, rollitos de anguila a la plancha envueltos en bardana, boniatos y gobio frito en aceite de soja y azúcar. Entre plato: sopa de marisco. Segundo plato: pescado del Pacífico a la plancha con vinagreta de pimienta. Tercer plato: cordero lechal con hierbas aromáticas, trufas negras y salsa de piñones. Pre-postre: tabla de quesos con miel de lavanda y frutos secos. Postre: degustación de la “fantasía del G-8”. Café y dulces rellenos de fruta. Por una vez que los políticos, tan dados a transmitir únicamente “gestos”, nunca ideas, podían haber hecho uno de verdad...

viernes, 4 de julio de 2008

Colas en exposiciones

Por la entrada anterior me he acordado del grabado “Melancolía” (arriba a la izquierda) de Durero, probablemente el mejor dibujante de la historia. Lo vi en el Museo Thyssen, donde se exponía el año pasado dentro de la muestra “Durero y Cranach”. A las colas para entrar se añadían las que se formaban delante de esa obra, una de las más emblemáticas de su autor por las diferentes interpretaciones que suscita. Ocurría que, por las mismas fechas, la Biblioteca Nacional albergaba otra exposición, “Biblioteca Hispánica: obras maestras de la Biblioteca Nacional de España”, que incluía -oh, casualidad- el mismo grabado, aunque sin colas para apreciarlo ni para acceder al lugar.

¿La diferencia? Que “Durero y Cranach” se había publicitado a bombo y platillo y a los tesoros de la Biblioteca no les había hecho caso ni Dios. Y eso que allí estaban los manuscritos o las primeras ediciones de todos esos libros que los españolitos estudian alguna vez en su vida (o estudiaban, que vete a saber tú ahora lo que han perpetrado con la educación entre PP, PSOE y nacionalistas varios): el “Beato de Liébana”, las “Cantigas de Alfonso X”, el “Mío Cid”, el Quijote, el “Libro del buen amor”, la Constitución de Cádiz... Entre ellos, los dos únicos ejemplares escritos por Leonardo de su puño y letra que hay en España y -porque la Biblioteca Nacional no sólo atesora libros- uno de los escasos cinco o seis dibujos que se conservan de Velázquez (arriba a la derecha).

En plena efervescencia davinciniana, dado el éxito de la novela de Dan Brown, sólo con se hubiera montado una exposición para dar a conocer los dos libros citados y se hubiera informado de ella machaconamente, las colas habrían llegado a Quinto Coño Street. Pero ya se sabe que mucha, muchísima gente, acude a exposiciones no porque le interesen las piezas que las componen sino porque hay que ir a verlas. Porque se lo han dicho en la tele, porque las han inaugurado los Reyes o porque, si se forman tantas colas, por algo será... Aún recuerdo el barullo tras la ampliación del Prado, a rebosar de jubilados que, aprovechando la gratuidad del evento, dedicaban en torno a una décima de segundo a cada cuadro y, como gritó alguno de ellos, iban buscando “las puertas esas donde salía Zapatero el otro día”.

Hace años, Umberto Eco publicó un artículo en el que pedía reproducciones exactas de las grandes obras artísticas de la humanidad para desviar hacia ellas a estos “intelectuales de ocasión” que van a hacerse la foto y poco más. Creo recordar que proponía un Partenón de cartón-piedra a las afueras de Atenas, una Galería de los Uffizi de pega en los alrededores de Florencia y una copia de la Mona Lisa fuera del Louvre. Así el Partenón, la Galería y la Gioconda originales quedarían más despejados para quienes verdaderamente supieran apreciarlos. La cuestión es: ¿cómo distinguirlos? ¿Se les hace un examen de Historia del Arte? Más aún: ¿debe recuperar el arte su condición elitista? ¿Hay que encarecer las entradas a museos y exposiciones, como proponen algunos, para que los precios actúen como filtro? ¿Acaso no tiene derecho todo el mundo a ir y pasearse por donde le salga de los giocondos? ¿Quién es nadie para proclamarse más capaz de disfrutar de la pintura que otros?

jueves, 3 de julio de 2008

El libro "Contra la felicidad"

En relación con la reciente entrada "¿Tontos felices o lúcidos amargados?" y con las más antiguas "Piedras blancas, piedras negras" y "Una matización", fusilo a continuación una interesante crónica de elpais.es sobre un ensayo que ojeé hace poco y deseché por creerlo poco menos que de autoayuda. Tendré que darle otra oportunidad, aunque así de primeras parece un poco radical. A destacar, más que las referencias al propio libro, las citas de sus presentadores u otros autores (qué grande Flaubert):

LA MELANCOLÍA Y LA INFELICIDAD COMO MUSAS INSPIRADORAS
El escritor Eric G. Wilson se lanza contra la idea moderna de la alegría
Carolina Ethel-Madrid-01/06/2008

"Hay carcajadas que te hacen cerrar los ojos". Con esta frase contundente, el poeta Luis García Montero intentaba explicar la batalla que el profesor Eric G. Wilson ha decidido emprender en contra de la joya de la corona. La que todos quieren abrazar. La que los empresarios se empeñan en vender. La que los padres quieren para sus hijos. La que los políticos incluyen en sus discursos: la utópica y sobrestimada felicidad.

"Fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura", afirma Wilson en su libro Contra la felicidad. En defensa de la melancolía (Taurus), que aparece en España en esta feria del libro primaveral -nada más feliz- salpicada de lluvia (nada más melancólico). Y es justamente esta dualidad inherente al ser humano la que defiende Wilson en su polémico ensayo.

"El ser humano es feliz e infeliz", conviene José María Ridao, quien ayer hizo la presentación del libro en la feria junto a los escritores Luis García Montero, José María Guelbenzu y Javier Pradera. "Sólo podemos considerarnos ciudadanos en la medida en que nos distanciemos de esa felicidad impuesta, falsa", agregó Ridao.

"Según una encuesta reciente del Pew Research Center, casi el 85% de los estadounidenses cree que son muy felices o, por lo menos, felices". Wilson menciona el culto a la belleza, la obsesión por acumular riquezas y las cómodas pastillas para la felicidad y se pregunta, casi con desespero, en la introducción de su ensayo: "¿Qué podemos hacer con esa obsesión por la felicidad, obsesión que podría conducir a la extinción súbita del impulso creativo?".

No es esta elegía a la melancolía de Wilson el discurso huraño del señor Scrooge, de Dickens, sino una voz rebelde contra la imposición deliberada de la idea de felicidad que la sociedad estadounidense se ha empeñado en acuñar y una reafirmación de la melancolía como motor de la creatividad.

Para Montero, "el estado de melancolía permite ser dueño de tu opinión y tu destino" y, sobre todo, "instalarse en el territorio incómodo de la conciencia individual". El mismo Wilson confiesa en su libro que, sólo cuando se tomó en serio su melancolía, "mi familia me conoció a fondo y desarrollamos una relación más estrecha".

El debate sobre la relevancia de la melancolía como motor creativo no es reciente. Jorge Luis Borges elogiaba con frecuencia el monumental libro de Robert Burton Anatomía de la melancolía, aparecido en 1921, que también han celebrado en su momento Samuel Beckett, Anthony Burgess y John Keats, quien compuso su famosa Oda a la melancolía.

Burton afirmaba que sólo son inmunes a la "bilis negra" los tontos y los estoicos. Tiempo después el genial Gustave Flaubert reformularía la idea con una frase más incisiva: "Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud; he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero, si os falta la primera, estáis perdidos".

En 1932, Aldous Huxley, en Un mundo feliz, adelantó un retrato de la sociedad contemporánea. Una sociedad sin problemas, con tecnología punta, producción en serie, prosperidad y paz a costa de los valores familiares, la cultura y los sentimientos. Algo parecido a la sociedad estadounidense que critica Wilson y a la cual pertenece el profesor. Wilson se pregunta: "¿Tiene la ignorancia que ver con la felicidad, la cual nos crea mundos planos, sin complejidades intelectuales?". Un cuestionamiento que Ray Bradbury hizo ya en 1953 en su Fahrenheit 451, en el que millones de libros eran quemados porque leer confundía la mente y causaba preocupaciones; por lo tanto, impedía que la gente fuera feliz.

El escritor José María Guelbenzu afirmó: "No hay protagonistas felices en la literatura porque la infelicidad genera conflicto dramático", y recordó las primeras líneas de Ana Karenina, de Tolstoi: "Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Con ella explicó que "instalarse en la infelicidad es imposible" y que conviene disfrutar de los momentos felices, aunque también "abrazar el éxtasis melancólico para hacer estallar la creatividad".

Wilson cierra su ensayo con una reflexión perturbadora: "Promover la sociedad de la felicidad absoluta es fabricar una cultura del miedo". Y remata con una invitación cálida: "Debemos encontrar el camino, por difícil que sea, para ser quienes somos, hosquedad incluida".

miércoles, 2 de julio de 2008

Perplejidad en las rotondas

Lo peor de las rotondas no son los conductores para los que “ceda el paso” debe de significar “acelere como un cabestro” en tagalo, ni los guardias civiles agazapados tras un arbusto en busca de multas fáciles con las que reanimar el superávit estatal, ni los atascos que sí evitarían los fascinantes túneles cortos patentados por Álvarez del Manzano (¿dónde estás, Topo-Man?), sino las esculturas que las adornan.

Llevo años intentando averiguar a quién corresponde adquirir y colocar estos engendros cuya contaminación visual, que envidiaría un Tàpies hasta arriba de LSD, iguala, si no supera, a la atmosférica. Supongo que dependerá de la administración responsable de cada rotonda, sea el Ministerio de Fomento, una consejería autonómica o el ayuntamiento de turno, si bien todas coinciden en su mal gusto. Insultos de 20 metros y colores chillones, seres de acero con elefantiasis, vigas retorcidas y oxidadas se suceden en calles y carreteras poco menos que como símbolos de la decadencia occidental.

Las dos rotondas que más perplejidad me producen se encuentran en la localidad madrileña de Brunete (fotos de arriba). Una de ellas luce una cuidada reproducción de la torre de control del aeropuerto de Barajas, que dista 54 kilómetros del municipio, pues entre ambos se extiende todo el casco urbano de Madrid. En la otra, una especie de consolador invertido, en cuya base se alza una llama grotesca, rinde homenaje a los Juegos Olímpicos, esos que, de celebrarse finalmente en la capital, no llevarían a Brunete ni las semifinales de canicas. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!