viernes, 27 de junio de 2008

Cuando Cohen me arrullaba

Hay discos que te ayudan. Que parece que han sido escritos y musicalizados pensando en ti o en lo que te ocurre en un determinado momento. O que, sencillamente, aunque sus canciones no tengan nada que ver con lo que te pasa, te acompañan como esos amigos cuya sola y muda presencia reconforta. 

“The best of Leonard Cohen” me acompañó en una época de mi vida en la que cada día, para llegar a fin de mes, transcurría de esta entretenida manera: de diez de la mañana a dos del mediodía, trabajando en un periódico sin contrato; de cuatro de la tarde a doce de la noche, en una emisora de radio, cobrando una mierda, y en “los ratos libres”, traduciendo textos para la ONU.

A Leonard Cohen lo había descubierto gracias a la buena película “El tiempo de la felicidad” de Manuel Iborra, que vi en un pase de prensa dada mi, entre otras, condición de crítico de cine del periódico. No es que no supiera de su existencia o que no hubiera oído antes ninguna de sus canciones, pero fue en aquella sala de la Gran Vía, a oscuras, rodeado de otros críticos prepotentes, cuando se produjo esa conexión misteriosa por la que, de repente, algo que has tenido siempre al alcance se te instala muy dentro.

Total, que me compré el “grandes éxitos” y lo empecé a escuchar en la cama por las noches, tras llegar a casa reventado, cuando lo que me pedía el cuerpo era meterme media botella de ron y/o gritar por la ventana: “Hijosdeperraaaaa, ¿cómo que esto no es una puta crisis?” (la historia se repite que da gusto). Y allí estaba el amigo Cohen para arrullarme con su hipnótica voz y recordarme que él también se sentía like a bird on the wire, like a drunk in a midnight choir (“Bird on the wire”).

Noche tras noche seguí escuchando el disco hasta sabérmelo casi de memoria, descubriendo versos de esos que, por sí solos, justifican un premio Nobel y te ofrecen un consuelo ambivalente: no tenía tiempo para escribir pero qué más daba, si ni en siete vidas pariría una “simple” frase como our steps will always rhyme (“Hey, that’s no way to say goodbye”).

Resultó que lo que había acabado convirtiéndose en una obsesión venía de familia. Mi madre vio un día el disco y me contó a que mi tío Nacho, el menor de los nueve hermanos de mi padre, le había dado durante una época, allá por los setenta, por poner “Suzanne” a todas horas, lo cual no me extrañó lo más mínimo, porque ya se sabe que Suzanne takes you down to her place near the river. You can hear the boats go by. You can spend the night beside her. And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there.

Desde entonces he intentado seguir la carrera de Leonard Cohen, leyendo las contadísimas entrevistas que concede y brujuleando por internet. Me he enterado de que lo llaman “el poeta de la depresión”, porque no es precisamente la alegría de la huerta, y de que ha pasado o pasa -le he perdido la pista- largas temporadas en un monasterio budista zen, donde ha llegado a ejercer de chófer de los monjes (dicho sea de paso, si alguna vez me adscribiera a una religión, sería al budismo zen, por su agnosticismo y su compatibilidad con la ciencia).

Qué grande es Leonard Cohen, coño. Y qué gran disco su “grandes éxitos”, de escucha obligada para todo cantautor que quiera iniciarse cantando -y torturándonos- él solo con la guitarrita. Si no puede llegar a esas alturas, mejor que se quede en casa (un saludo a Ismael Serrano).

jueves, 26 de junio de 2008

"Las colmenas"

Vivo en el edificio de arriba, probablemente uno de los más feos de Madrid. Está en el Barrio de la Concepción, cerca de Ventas, y forma parte de un conjunto conocido popularmente como "Las colmenas", por motivos evidentes. El mío es el más grande (incluso pasa un túnel por debajo). De hecho, hace poco leí que es, junto con el Palacio Real, el inmueble con mayor superficie de la ciudad. También he oído varias veces que es el más densamente poblado.

"Las colmenas" son obra de José Banús. Según su obituario en El País, "este constructor franquista promovió en 1956 algunos de los bloques-hormigueros más notables que registra la historia de la arquitectura española, auténticas reliquias del concepto de vivienda social". Me han contado que servían para que los peces gordos del régimen alojaran a sus queridas. Puede ser. Ahora están poblados por viudas de 80 años para arriba que, cuando la palman (alguien les debe de cortar la cabeza, porque su fortaleza es envidiable), son sustituidas por parejas jóvenes con hijos.

"Las colmenas" han salido en infinidad de películas, series de televisión y anuncios. En mi calle y aledañas rodó Almodóvar "¿Qué he hecho yo para merecer esto?". Los duendes de la ONCE han correteado virtualmente por los patios exteriores, en los que habían bailado antes unos raperos de Coca-Cola. En general, los personajes a los que se quiere presentar como marginales o de baja condición "viven" en mi edificio o en los de al lado. Vecinos míos han sido Marcial, el bedel del centro de salud de "Médico de familia", o Javier Cámara en su papel protagonista de "Torremolinos 73".

La población inmigrante abunda. Aquí convivimos madrileños de toda índole: españoles, ecuatorianos, europeos del este y, dada la cercanía de la mezquita de la M-30, musulmanes mayoritariamente árabes. Es el nuestro, pues, un barrio tan multicultural como Lavapiés, pero no somos tan pesados al respecto. Durante el día pululan también europeos occidentales y estadounidenses, pues alguien tuvo la idea de construir un rascacielos de oficinas para multinacionales entre mi casa y la mezquita. Si a todo ello le sumamos el tanatorio contiguo a ésta, urbanísticamente la zona resulta de lo más friki.

En los bajos de "Las colmenas" hay bares, comercios de toda la vida (esos en los que puedes pedir "lo de siempre"), chinos todo-a-cien y puticlubes. De estos últimos he contabilizado al menos una docena, aunque ninguno como el que luce orgulloso en la puerta un  cartelito con la leyenda "Desde 1964". Cuando era periodista, me tocó entrevistar al comisario de Ventas (la comisaría está pegada a mi casa), que me negó insistentemente que hubiera mucha prostitución. Para mi regocijo, descubrí que se apellidaba -no podía ser menos- Torrente. No todo el mundo puede presumir de tener el pasaporte firmado por el personaje de Santiago Segura.

A mí el barrio me resulta entrañable, entre otras cosas porque he crecido en él. Me cuesta imaginarme viviendo fuera y perdiendo de vista a mi abuela, que es una de las inmortales y vive en el portal de al lado, al dueño de la ferretería, que no desiste en su empeño por formarme en el fascinante mundo de las reparaciones caseras, a los charcuteros que saben que el jamón me gusta lo más curado posible, a Gladys y Daisy, las dos cajeras-limpiadoras-reponedoras-gerentes del DIA, al chino Juan (bautizado así por las viudas mencionadas), que me dejó alucinado el día que supo qué era el espumillón cuando se lo pidió una señora...

Junto a "Las colmenas" está el patio donde aprendí a montar en bici, la autoescuela donde me saqué el carnet de conducir, los kioskos donde mangaba los periódicos cuando volvía de marcha de madrugada, el rincón al que iba previamente a potar y en el que ahora juego a la pelota con mis hijos y, si me encuentro una pota, me acuerdo de todos los muertos del responsable, el parque que atravesaba para ir al colegio y donde, puntual como un caballero británico, me pedía las pelas todos los días el mismo yonqui, al que acabé cogiendo aprecio...

Mi barrio es, en fin, como un pueblo, de lo más entretenido y lleno de vida. Siempre hay gente en la calle y todo el mundo se conoce de vista. Quizá pueda hablarse de un cierto espíritu de comunidad, palpable cuando hay algo que celebrar. En Nochevieja, después de las uvas, nos asomamos todos por la ventana y nos saludamos de unos edificios a otros, mientras los más cafres compiten a tirar el petardo ilegal más gordo (es costumbre que quienes salen rumbo a fiestas lo hagan agazapados bajo paraguas protectores). El otro día, tras el triunfo de España ante Italia en la Eurocopa, se repitió el ritual, con los balcones a rebosar de vecinos brincando y abrazándose. ¿Habrá ocasión esta noche?

miércoles, 25 de junio de 2008

Filosofía todo-a-cien y Spiderman

Abundando en la banalidad de la vida mencionada hace un par de entradas, he recordado aquello de “el problema no es que Dios sea bueno o malo; el problema es que es indiferente”, que creo de Spinoza. Llamémosle Dios, Conciencia Cósmica, Principio Rector, Física-Química, Vacío o Nada, en cualquier caso resulta indiferente. Tanto nosotros para ello como, en consecuencia, ello para nosotros. Cuando el planeta se vaya a tomar por culo -porque se irá, sea por el cambio climático, la extinción del sol, la contracción del Universo, la guerra nuclear o la disolución bajo el peso de nuestra propia estupidez- y, con él, la Humanidad (ya ha dicho Stephen Hawkin que empieza a ser prioritario lo de buscar otro sitio donde vivir), será como si no hubiéramos existido. Y ni los cuadros de Velázquez ni las obras de Shakespeare ni las partituras de Mozart justificarán nuestra existencia, porque no habrá nadie para hacerlo ni nada ante lo que hacerlo. La vida es fruto de una casualidad cósmica, y los seres humanos, de la evolución natural, producto, a su vez, de mutaciones azarosas. Estamos como podríamos no estar. Por ello, el gran logro humano no es sino la capacidad para, sabiendo todo esto, levantarnos cada mañana y tirar p’alante en vez de quedarnos en la cama a vegetar. Más aún, la capacidad para tomarlo con humor (hay hindúes para los que todo lo que existe es el Ser jugando y bromeando consigo mismo), evitar la tentación de un nihilismo autodestructivo y reemplazarlo por un hedonismo ético, el que nos permite ver que nuestra libertad (para el placer) acaba donde terminan la libertad y el placer de los demás. En palabras de Tierno Galván, que queda mucho más fino, la plena instalación en la finitud.

P.D.: A propósito de Dios, me han regalado el libro “Cómo ser un superhéroe”, con prólogo del único Dios verdadero, Stan Lee. Es un ensayo realmente útil que resuelve algunas de las preguntas que todos nos planteamos antes o después, como, por ejemplo (cito los títulos de varios capítulos): “Cómo salvar a unos niños cuyo autobús cuelga de un precipicio”, “Cómo fabricar un ala-delta con tela de araña” o “Cómo sobrevivir a un ataque con calabazas-bomba”. Que uno andaba por la vida tan tranquilo, pensando que, en caso de combate con el Duende Verde, tenía que alejarse o esquivar sus mortíferos artefactos, y resulta que es todo lo contrario: hay que abalanzarse sobre ellos, porque las calabazas-bomba tardan entre 3 y 7 segundos en explotar y da tiempo a devolvérselas al enemigo. Los mejores capítulos son, no obstante, “Cómo superar la muerte de un ser querido”, en el que se aplican las enseñanzas de Spiderman tras los asesinatos del tío Ben y Gwen Stacy, y “Cómo relacionarse con un jefe hostil”, en el que se tiene en cuenta el trato que J. Jonah Jameson procura a Peter Parker. Esto sí es un libro de autoayuda y no los de Paulo Coelho.

martes, 24 de junio de 2008

...y 70

- Papá, ¿cuántos años cumples?
- 37.
- Ah -hace una pausa, pensativo-. Y después 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45, 46... -Y sigue hasta 70.
¿Pero no se suponía que este niño sólo contaba hasta 20? ¿Por qué se detiene en 70? ¿Qué sabeeeeeeeeeee?

jueves, 19 de junio de 2008

¿Tontos felices o lúcidos amargados?

Suele debatirse si es mejor vivir en la ignorancia, adherirse a unas cuantas convicciones ajenas para transitar por este mundo despreocupadamente, o ahondar en el conocimiento, que creo consiste en llegar a conclusiones por uno mismo y cuestionarlas a cada momento, con el consiguiente riesgo de amargura existencial. Como siempre hay alguien que ha dicho las cosas antes y mejor que uno y puesto que ando mal de tiempo e ingenio, suscribo los siguientes extractos del guión de la película "Lugares comunes" de Aristaráin (la frase en negrita es, a mi juicio, la solución al debate):

“La lucidez es un don y es un castigo. Está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el Arcángel rebelde, el Demonio… Pero también se llama Lucifer el Lucero del Alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse… Lúcido viene de Lucifer y de Lucifer viene Lux, de Ferous, que quiere decir “el que tiene luz, el que genera luz que permite la visión interior”… El bien y el mal, todo junto. La lucidez es dolor, y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez… “El silencio de la compresión del mero estar. En esto se van los años. En esto se fue la bella alegría animal".

“El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero, cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo. Y, cuando llega, se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se lo quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia”.

“El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que, con los años, esa fuerza instintiva y oscura se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe. Hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal que se ha perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es un motor muy difícil de mantener. De repente y sin motivo, se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede, no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos. Si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa; la ausencia pasa. Se conoce a la muerte antes de morir: es un final antiguo, rutinario y común. Es un final deseado que se espera sin temor, porque uno lo ha vivido muchas veces. Todo da igual…”

A los alumnos de Magisterio del protagonista: “Me preocupa que tengan siempre presente que enseñar quiere decir mostrar. Mostrar no es adoctrinar; es dar información, pero dando también, enseñando también, el método para entender, analizar, razonar y cuestionar esa información. Si alguno de ustedes es un deficiente mental y cree en verdades reveladas, en dogmas religiosos o en doctrinas políticas, sería saludable que se dedicara a predicar en un templo o desde una tribuna. Si por desgracia siguen en esto, traten de dejar las supersticiones en el pasillo, antes de entrar en el aula. No obliguen a sus alumnos a estudiar de memoria: eso no sirve. Lo que se impone por la fuerza es rechazado y en poco tiempo se olvida. Ningún chico será mejor persona por saber de memoria el año en que nació Cervantes. Pónganse como meta enseñarles a pensar, a que duden, que se hagan preguntas. No los valoren por sus respuestas; las respuestas no son la verdad. Buscan una verdad que siempre será relativa. Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos. Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia: qué, cómo, dónde, cuándo, por qué. Si en esto admitimos también eso de que “la meta es el camino”, como respuesta no nos sirve. Describe la tragedia de la vida, pero no la explica. Hay una misión o un mandato que quiero que cumplan. Es una misión que nadie les ha encomendado, pero que yo espero que ustedes, como maestros, se la impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin límites. Sin piedad”.

martes, 17 de junio de 2008

Apocalíptico estoy

Dejando aparte la obra maestra "Cuatro meses, tres semanas, dos días" y la última de Indiana Jones, que ni fu ni fa -a la hora de salir del cine era incapaz de recordar más de dos secuencias-, las tres últimas películas que he visto son "La niebla", "Soy leyenda" y "Monstruoso", todas pirateadas de internet (un saludo a la SGAE). O mi cinefilia deja mucho que desear -objetivamente me han parecido bastante regulares pero subjetivamente me lo he pasado como un enano (y enana, señora ministra)- o estoy imbuido de espíritu apocalíptico. 

Ya se sabe que la fantasía y la ciencia-ficción encuentran terreno abonado en épocas de incertidumbre mundial y, como comentaba hace poco con el Reguera, la que vivimos lo es: el imperio decae como referente político (si es que alguna vez lo fue), la economía hace aguas, los alimentos escasean, los principios éticos más elementales son cuestionados, el cambio climático se agrava, Julio Medem sigue haciendo películas... todo ello agita nuestros miedos más profundos, que proyectamos en la ficción. Hasta el escritor de moda, ese que dicen que ganará el Nobel en breve, Cormac McCarthy, se deja de vaqueros y describe en su reciente "La carretera" el fin de la Humanidad tal como la conocemos (una novela decepcionante, por cierto; el que quiera desazonarse, que lea "Sobre héroes y tumbas" de Sábato).

¿Qué me pasa, doctor? ¿Acabaré adorando al maquillado Al Gore como nuevo Mesías? ¿Agotaré las existencias del Supersol y construiré un búnker junto a mi portero el yanqui, que de esto tiene que saber? ¿Seré capaz de afrontar el holocausto con él y su incesante verborrea? ¿Pasearé, a lomos de caballo, por el otrora Paseo de la Castellana y me toparé, cual Charlton Heston, con un brazo de la Cibeles semienterrado en la arena? ¿Me comerán los zombis cuando tenga que salir del refugio para salvar a mi hijo, que habrá ignorado por enésima vez mis advertencias de no corretear solo por la calle? ¿Será Esperanza Aguirre el Anticristo? ¿Qué nos intenta transmitir Bibiana Aído? ¿Es cierto, como se rumorea, que sus gilipolleces, escuchadas al revés, coinciden con las predicciones de Nostradamus?

lunes, 16 de junio de 2008

Aterriza como puedas

Una buena película cómica es aquella que luego comentas con los amigos en plan "¿Te acuerdas cuando...?". Vistos los comentarios a una entrada anterior, en la que se empezaba hablando del Día del Orgullo Pedófilo y no sé cómo se terminaba recordando frases de "Aterriza como puedas", ésta es una de ellas. Unos cuantos "cuandos" de su primera y segunda parte que se me vienen enseguida a la cabeza son:

- Cuando la pasajera anciana pide algo para leer y la azafata le ofrece el libro "Viejas leyendas de deportes judíos".

- Cuando el médico dice que hay que llevar a los pasajeros enfermos a un hospital y, ante la pregunta de la azafata ("¿Qué es, doctor?"), responde: "Un edificio grande, blanco, con muchas camas...".

- Cuando el jefe de controladores recibe un informe de la situación y se lo pasa a uno de sus ayundantes: "Mira a ver qué podemos hacer con esto", y el ayudante, doblando los papeles, propone hacer un gorrito, una pajarita...

- Cuando uno de los pilotos llega al aeropuerto y se dedica a hostiar a todos los brasas que se le ponen por delante: harekrisnas, voluntarios de ONG, etc.

viernes, 13 de junio de 2008

Una foto pornográfica

Porque salen en ella unos cojones asín de grandes. Y porque me imagino que le resultará obscena a mucha gente. La gente de los "peros": "el Gobierno chino viola los derechos humanos, pero...", "Fidel Castro es un dictador, pero...", "Franco también lo era, pero...", " Chávez es un bufón, pero...", "Pinochet era un asesino, pero...", "ETA es una banda terrorista, pero...", "Arabia Saudí es un régimen feudal, pero..." Son estos "peros" los que rigen las relaciones internacionales.

En un mes de junio de hace 19 años, el joven de la foto detenía él solito el avance de una columna de tanques, probablemente porque los soldados suelen ser menos hijoputas que los civiles que les mandan desde sus despachos y a ninguno de ellos le apetecía pasar por encima de un estudiante desarmado. ¿Qué habrá sido del llamado "héroe de Tiananmen"? ¿Estará muerto o habrá fabricado alguna de las prendas de vestir que llevo puestas?

jueves, 12 de junio de 2008

24 de junio

Se acerca el 24 de junio, cumpleaños de un servidor, y hoy he leído en La Razón que será el Día del Orgullo Pedófilo. Yo que estaba tan contento por coincidir con el solsticio de verano y la onomástica de Su Majestad el Rey... Y a todo esto: ¿qué coño hacía ojeando La Razón? Un año más y seguiré sin conocerme...

miércoles, 11 de junio de 2008

Otra llamada

Dedicado al Reguera.

- Servicio de atención al cliente de Telefónica. Le atiende Wilson. ¿En qué puedo ayudarle?
- Egun on. Te llamo en nombre de ETA. Hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio. Está previsto que explote a las...
- Le deletreo para tramitar correctamente su llamada. ¿Dijo ETA? E de España, T de...
- Noooo. ¡De España no! E de Euskadi, T de Ta y A de Askatasuna...
- Disculpe, señor: aunque soy de Ecuador, no hablo guanche.
- ¿Guanche? ¡Es euskera! Pero el caso es que la bomba...
- ¿Bomba? Le paso con nuestro servicio técnico.
...
- Servicio técnico. Le atiende Jonathan. ¿En qué puedo ayudarle?
- Egun on. Te llamo en nombre de ETA. Hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio. Está previsto que explote a las...
- ¿Explotar? ¿Ha probado a reiniciarlo?
- ¿Ein?
- Lo intentaré yo desde aquí. ¿Me puede decir de qué modelo es el coche bomba?
- No sé, creo que un Citröen Xara Picasso.
- ¿Sara Picasso? ¿Desea su número? Le paso con nuestro servicio de información telefónica.
...
- Servicio de información telefónica. Le atiende Gladys. ¿En qué puedo ayudarle?
- Oiga, me han pasado con usted porque les he hablado de un Xara Picasso, pero lo importante es que...
- Por Sara Picasso no me figura nada.
- ¡Que da igual! Le digo que hay un coche-bomba en su parking C y que va a explotar a las 10:45. Telefónica es una multinacional española, un símbolo del Estado opresor del pueblo vasco, y ya es hora de que...
- Por “Estado opresor del pueblo vasco” tampoco me figura nada.
- ¡Páseme con un encargado!
...
- Jefatura de servicio de atención al cliente. Le atiende Néstor José. ¿En qué puedo ayudarle?
- Mira, Néstor, me están mareando tus subordinados. No se enteran de que hay un coche-bomba en el parking C de vuestro edificio, que va a explotar a las 10:45 y que es una respuesta del pueblo vasco a su opresión por el Estado español.
- ¡Qué me dice! Yo soy miembro de la plataforma anti-imperialista indígena ecuatoriana. Es un placer saludar a un camarada. Nosotros llevamos oprimidos 500 años. No tenemos prestaciones sociales, se nos discrimina por nuestra raza, apenas estamos representados políticamente, nuestras tradiciones y lenguas aborígenes están marginadas, carecemos de la más mínima capacidad de autogestión...
- Para, para. La verdad es que nosotros sí tenemos todo eso.
- ¿Entonces de qué os quejáis?
- Pueees, de muchas cosas. Por ejemplooooo... estoooooo... joder, me he quedado en blanco.
- No importa, seguro que tenéis razón en vuestras quejas. Te paso con el servicio de reclamaciones.
...
- Servicio de reclamaciones. Le atiende Daisy. ¿En qué puedo ayudarle?
- Snif.
- ¿Está usted llorando, señor?
- ¡Hay un puto coche-bomba en su edificio y va a explotar a las 10:45!
- Son las 10:50.
- !Qué! Ha debido de fallar algo. Voy para allá, no cuelgue.
...
- ¿Sigues ahí?
- Sí, señor. ¿Tiene algún fallo técnico? Le paso con nuestro servicio técnico.
- Nooooo.
...
- Servicio técnico. Le atiende Jonathan. ¿En qué puedo ayudarle?
- Jonathan, estoy en el coche-bomba y no ha explotado y me habéis tenido media hora al teléfono y la llamada me va a costar una pasta y ya no sé qué hacer...
- ¿Ha probado a unir los dos cables verdes?
- ¿Eh? Pues no. A ver...
BUUUUUM.

martes, 10 de junio de 2008

El teléfono de la ministra de Igualdad

- Hola, ¿es el teléfono para que los hombres canalicemos nuestra agresividad machista?
- Así es, caballero.
- Bien, porque... !eres-una-hija-de-puta-zorra-asquerosa-me-cago-en-tus-muertos!
- Y en mis muertas, espero.
- ¿Eh? Estooo, pueees... sí, claro, también.
- No pasa nada: sólo está usted sufriendo un síndrome temporal esquizoide de frenesí compulsivo con desarreglo psicótico-emocional.
- ¿Cuálo?
- Que se le ha ido la olla un rato.
- Acabáramos. Entonces me quedo más tranquilo. Me voy a comprarle un ramo de flores a mi mujer...

Doña Clarita

Doña Clarita es una vecina de mi abuela que sólo morirá cuando otro inmortal le corte la cabeza. Desde que tengo uso de razón, la recuerdo enfundada en su imposible abrigo de piel azul (¡), maquillada como un cuadro expresionista y con un peinado que envidiaría Amy Winehouse. Cada vez que subo en el ascensor con ella, sistemáticamente me hace las tres mismas preguntas, a saber: “¿qué tal tu madre?”, que tiene su lógica porque mi madre vivió muchos años en el edificio; “¿qué estudias?”, que, con 36 años, empieza a resultarme pelín humillante, y “¿te gusta Londres?”, ciertamente sorprendente pues nadie se la imaginaría paseando a la vera del Támesis.

También sistemáticamente, yo contesto: “Bien... Periodismo... Sí”, tras lo cual Doña Clarita se entrega a una apología de la capital británica, intercalando frases surrealistas en inglés, que se me hace eterna pese a durar sólo cuatro pisos. No obstante, de unos años a esta parte, si voy a casa de mi abuela y diviso a la buena señora en el portal, me agazapo tras unos arbustos a hacer tiempo, porque temo el día en que cambie el orden de las preguntas: “¿Qué estudias?”. “Bien”. “¿Te gusta Londres?”. “Periodismo”. “¿Qué tal tu madre?”. “Sí”.

Cuando me la encuentro por la calle, el discurso de Doña Clarita puede ser de dos tipos: si me acompaña mi hijo de 4 años, el típico rollo “yo a tu padre lo conozco desde que tenía tu edad”, a lo que Otis Jr. suele responder con un bufido en la mejor tradición de su progenitor; si voy solo, “!cómo me acuerdo de tu abuelo, que era todo un caballero!”, pues, por lo visto, mi abuelo, que, en efecto, era un caballero de los de corbata diaria e inclinación de cabeza, tuvo la ocurrencia de ponerse de su parte en una polémica junta de vecinos allá por el año en que Franco hizo la comunión.

Durante las Navidades, todos los días, Doña Clarita saca a su terraza al patio, compartido con el de mi comunidad, un magnetofón -si, sí, un mag-ne-to-fón-, pone una cinta de villancicos a todo trapo y se larga, dejando allí el aparato hasta que acaba la grabación. Es su forma de contribuir al espíritu navideño, que el resto de vecinos agradece acordándose de sus muertos, si es que los tiene y no fue creada en un laboratorio. Cuando era pequeño, me divertía tratando de acertar al magnetofón con un tirachinas, pero ahora me parece una tradición entrañable. No concibo unas Navidades sin los villancicos de Doña Clarita, que, por cierto, son los de toda la vida -los peces en el río, campana sobre campana y arreburroarre-, no gilipolleces de los Lunnies o similares.

lunes, 9 de junio de 2008

Mi portero

Mi portero es estadounidense. Para ser más exactos, tiene la doble nacionalidad, pero a mí me mola decir que es estadounidense porque todos mis amigos y conocidos tienen porteros españoles con nombres como Eufrasio, Nemesio o Paulino, que son nombres muy respetables pero ni por asomo tan fashion como el de mi portero (me lo callo por si le da por hacer búsquedas de sí mismo en internet, que no me extrañaría).

Mi portero se toca los huevos. Su labor consiste básicamente en el verbo to be, es decir, ser y estar. Por lo demás, limpia las zonas comunes, recoge la basura y, eso sí, soporta a las vecinas matusalénicas para las que un “empleado de la finca” -eufemismo para “portero” en las actas de las juntas de vecinos- es un esclavo a su servicio las 24 horas. El caso es que yo a mi portero lo veo todo el día en su garita navegando por internet o viendo películas previamente pirateadas.

Mi portero ha nasío pa sufrir. Siempre es el que más enfermedades padece, el que peor llega a fin de mes, el que menos vacaciones disfruta... pero cambia de coche como yo de calzoncillos, veranea en Estados Unidos y tiene una plaza de aparcamiento alquilada, una casa en el pueblo, una televisión de plasma de casi medio millón de las antiguas pesetas, conexión ADSL, los sopotocientos canales de Imagenio...

Mi portero entra en mi casa como Pedro por la suya. Lo cual me parece bien, porque es de confianza y nunca lo hace sin un motivo justificado, pero podría preguntar antes “¿Te parece que vaya mañana con el del agua para leer el contador?” en vez de avisármelo a posteriori. También dice otras cosas como: “He visto que tenéis el mismo DVD que yo; ¿me dejas el folleto de instrucciones, que he perdido el mío?” 

Mi portero es un cotilla. Además de saberse mi casa de memoria, intenta enterarse de mi vida, sobre todo cuando le rompo los esquemas. Por ejemplo, si me ve por el barrio en horas laborables, pone una cara como si se le acabaran de aparecer el Yeti y el monstruo del Lago Ness juntos. Y me pide explicaciones, el cabrón. Y, como suele pillarme desprevenido y no puedo activar mi largamente trabajada bordería vecinal, consistente en responder con lacónicos monosílabos a posibles preguntas o, en casos extremos, simular que hablo por el móvil, voy y se las doy: “Es que estoy de baja”, “es que me he cogido el día para asuntos propios”...

Mi portero se cree que yo fui de los vecinos más implicados en su subida salarial. El hombre llevaba años reclamando que, en vez de en metálico, se le pagara por nómina el suplemento de recogida de basuras. Un día, dejaron en el buzón el acta de la junta de vecinos en la que se había hablado de este tema, junto con la enésima reforma del portal. Fui a quejarme de ésta a su impulsor, el presidente de la comunidad, y, cuando le pregunté al portero "¿Dónde está el presidente, que quiero hablarle de lo del acta”, se creyó que me refería a su nómina y aún me guarda eterno agradecimiento.

Mi portero es majo. Todo lo dicho no quita para que me caiga bien (te puede caer bien alguien aunque a veces te imagines pateándole la entrepierna) y le prefiera, por ejemplo, a uno que tuve cuando era pequeño, que se llamaba Eustaquio y, cuando te quedabas encerrado en el ascensor, tardaba siglos en sacarte porque estaba sordo y no oía a los vecinos atrapados por más que nos pusiéramos “Venga, a la de tres: una, dos, tres, EUSTAQUIOOOOOO”.

No sé por qué pero, a la hora de la cena, encuentro un extraño placer en asomarme a la terraza del patio, al que dan todas las viviendas, incluida la suya, y gritar el nombre de mi portero con voz de pito, ocultándome rápida y cobardemente. Es imaginármelo en su casa poniendo cara de fastidio y abalanzándose a la terraza para pillar in fraganti al gritón y partirme de risa.

viernes, 6 de junio de 2008

Y seguimos con Dios

Mucho antes de que Amy Winehouse se topara, al final de una kilométrica raya de coca, con la colección de discos de su padre y redescubriera las baladas jazz, el soul y el sonido Motown/Detroit, Dios se había reencarnado en un gordido travesti un poco grimoso que, en vez de hacerse acompañar por los Monster, de una de cuyas películas parece haberse escapado, lo hace de los Johnsons para parir maravillas como ésta (dedicada a Clot, que espero recuerde la entrevista de Isabel Coixet a Antony con la que pasamos días descojonándonos).

jueves, 5 de junio de 2008

Enigma histórico: ¿por qué contestó sí el griego?

Un par de siglos después de Cristo, en una taberna de Asia Menor, un griego pregunta a un cristiano qué se le ha perdido por allí.

Cristiano: “Estoy de bolos por el Mediterráneo, convirtiendo a los hombres a la palabra de nuestro único Dios”.

Griego: “¿Sólo tenéis uno? Nosotros, muchos. Pero son bastante cabrones e intentamos pasar de ellos en lo posible”.

Cristiano: “El nuestro también tiene sus días, aunque, como es Uno pero Trino, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo...”

Griego: “¿Mande?”

Cristiano: “Da igual, yo tampoco acabo de entenderlo. El caso es que el Padre es pelín vengativo y el Hijo todo lo contrario. Declaró que, si tu enemigo te golpea en una mejilla, debes poner la otra...”

Griego: “No me lo creo; no se puede ser tan pringao... Nosotros, como nos aticen una vez, intentamos devolverla por duplicado. Que se lo digan a los persas, que anda que no los hemos corrido a hostias... ups, perdona”.

Cristiano: “Qué belicosos. Por cierto, ¿qué hacéis si uno de vosotros cae gravemente herido en combate?”

Griego: “Coño, pues lo normal: rematarlo para que no sufra y muera con dignidad”.

Cristiano: “Nosotros nos cruzamos de brazos para no interferir en la voluntad de Dios...”

Griego: “La madre que os parió... Empiezo a entender por qué en Roma os tiran a los leones”.

Cristiano: “Pero es que lo vuestro es pecado, y el que peca no va al Cielo, sino al Infierno”.

Griego: “En nuestra religión no hay ni Cielo ni Infierno. Sólo el Hades, donde moran las almas sin goces ni castigos. Se limitan a estar allí, aburridas como setas”.

Cristiano: “Nuestro Cielo supone la felicidad eterna frente a las miserias de este mundo. Porque os habréis dado cuenta de que la vida es un valle de lágrimas... Vamos, una mierda”.

Griego: “¡Qué dices! Como el Hades es tan poco excitante, procuramos exprimir la vida al máximo. De ahí nuestros avances en filosofía, ética, política, historia, arte, astronomía, matemáticas, geometría, aritmética, deporte, física, medicina... Oye, ¿y de follar cómo andáis?”

Cristiano: “Malamente. Lo justo para tener hijos”.

Griego: “A ver si además de pringaos vais a ser gilipollas... Nosotros nos tiramos a todo lo que se mueve. Hasta nuestros dioses están más salidos que el pico de una mesa”.

Cristiano: “Será porque son imperfectos. El nuestro es Perfecto, es la Verdad”.

Griego: “Pues me está pareciendo un poco listillo. Por aquí dudamos de nuestra capacidad para conocer la Verdad e intentamos cuestionarlo todo a la luz de la razón”.

Cristiano: “Bueno, no me líes. ¿Te conviertes o no te conviertes?”

miércoles, 4 de junio de 2008

Películas que me formaron sin saberlo

Año 1985. Un niño de 14 años (porque entonces con 14 años aún se era un niño) ve “Los goonies” y, sin ser consciente de ello, descubre el ritmo cinematográfico, algo en lo que los estadounidenses han estado, están y estarán a años luz del resto del mundo. Igualmente interioriza que, en una película de aventuras, la acción debe avanzar en todo momento, los personajes pueden quedar perfectamente dibujados en unos cuantos planos, algunos de ellos se te alojan en el cerebro para acompañarte el resto de tu vida y un buen final es tan esencial como complicado (décadas después, aún se pregunta qué sería de Sloth a bordo del barco pirata y siempre sospecha, al toparse con una familia insoportable, que esconde a un freak de buen corazón en la buhardilla). También empieza a entender que las películas no se hacen solas, que el hecho de que un tal Steven Spielberg haya parido la historia tiene importancia y que no es casual que el encargado de desarrollarla sea el mismo guionista de “El secreto de la pirámide”, otra obra maestra ¡del mismo año! Y va completando su inconsciente formación con una televisión a la que no le importa programar en prime time “El capitán Blood", "Las aventura de Robin Hood" o El halcón y la flecha”, con las que realiza los mismos descubrimientos.

lunes, 2 de junio de 2008

Comentario de un libro sin consultas

Siempre que he escrito una reseña de un libro, he procurado tenerlo delante para recordar su contenido, extractar alguna cita, seleccionar sus mejores partes o apuntar notas biográficas del autor, completando el trabajo con búsquedas en internet. Hoy me he planteado si habría alguno que podría comentar del tirón, sin la menor consulta, y me ha venido a la cabeza la trilogía de Gerald Durrell “Mi familia y otros animales”, “Bichos y demás parientes” y “El jardín de los dioses”, que recuerdo como si hubiera leído ayer, aunque hayan transcurrido dos décadas.

Gerald Durrell era un zoólogo británico que escribió multitud de libros en los que, en clave de humor, recopilaba sus andanzas por el mundo estudiando el comportamiento de los animales o capturando ejemplares de especies amenazadas para su zoo. En las tres novelas citadas, rememora los veranos de su infancia en la isla griega de Corfú, veranos que compartía con su madre y sus hermanos, entre ellos el Durrell serio, Lawrence, autor de la tetralogía “El cuarteto de Alejandría”.

El pequeño Gerald describe a los curiosos personajes que pueblan la isla y a los aún más pintorescos miembros de su familia, relata sus paseos por playas, bosques y colinas, explica el despertar de su curiosidad por el mundo animal, detalla sus primeras experiencias con ejemplares pequeños -insectos, fundamentalmente-, que almacena en casa para horror de sus hermanos... Todo, como decía, con un sentido del humor que dibuja una sonrisa permanente en el lector y provoca ocasionales carcajadas.

Por algún motivo extraño que, en una reciente entrevista en “Babelia”, intentaban desentrañar sin éxito ni más ni menos que Fernando Savater y Eduardo Mendoza, el humor está mayoritariamente infravalorado en Literatura, como si las obras destinadas a hacer reír pertenecieran a un género menor, por mucho que el mismísimo Quijote se leyera en su época como una novela humorística o que nadie discuta la maestría de “La conjura de los necios”.

Hay novelas buenas, regulares y malas, con independencia de su nivel de comicidad. Y si una novela buena, por aplicar un par definiciones entre las muchas subjetivas posibles, es aquella que lamentas acabar porque quieres seguir experimentando las emociones que te ha producido o la que terminas siendo una persona diferente a la que la empezó, la trilogía de Corfú bien merece el calificativo. Imposible cerrarla sin sentir unas ganas tremendas de coger el primer avión a Grecia, abrir un zoo en casa o, sencillamente, disfrutar más y mejor de los pequeños placeres.

Cuando la leí, por ejemplo, yo odiaba la playa con toda mi alma, por lo de pringarme de arena y sal bajo un sol inclemente. Recuerdo un capítulo, no sé de cuál de las tres novelas, en el que Durrel cuenta de tal forma una feliz jornada con su perro en una cala perdida, deteniéndose, precisamente, en las sensaciones que le causaban la sal, la arena, el sol, la luz, el agua... que hubiera dado cualquier cosa por tener una playa cerca para rebozarme y darme un chapuzón. Si un escritor puede lograr eso, es que es de los buenos.