Siempre que he escrito una reseña de un libro, he procurado tenerlo delante para recordar su contenido, extractar alguna cita, seleccionar sus mejores partes o apuntar notas biográficas del autor, completando el trabajo con búsquedas en internet. Hoy me he planteado si habría alguno que podría comentar del tirón, sin la menor consulta, y me ha venido a la cabeza la trilogía de Gerald Durrell “Mi familia y otros animales”, “Bichos y demás parientes” y “El jardín de los dioses”, que recuerdo como si hubiera leído ayer, aunque hayan transcurrido dos décadas.
Gerald Durrell era un zoólogo británico que escribió multitud de libros en los que, en clave de humor, recopilaba sus andanzas por el mundo estudiando el comportamiento de los animales o capturando ejemplares de especies amenazadas para su zoo. En las tres novelas citadas, rememora los veranos de su infancia en la isla griega de Corfú, veranos que compartía con su madre y sus hermanos, entre ellos el Durrell serio, Lawrence, autor de la tetralogía “El cuarteto de Alejandría”.
El pequeño Gerald describe a los curiosos personajes que pueblan la isla y a los aún más pintorescos miembros de su familia, relata sus paseos por playas, bosques y colinas, explica el despertar de su curiosidad por el mundo animal, detalla sus primeras experiencias con ejemplares pequeños -insectos, fundamentalmente-, que almacena en casa para horror de sus hermanos... Todo, como decía, con un sentido del humor que dibuja una sonrisa permanente en el lector y provoca ocasionales carcajadas.
Por algún motivo extraño que, en una reciente entrevista en “Babelia”, intentaban desentrañar sin éxito ni más ni menos que Fernando Savater y Eduardo Mendoza, el humor está mayoritariamente infravalorado en Literatura, como si las obras destinadas a hacer reír pertenecieran a un género menor, por mucho que el mismísimo Quijote se leyera en su época como una novela humorística o que nadie discuta la maestría de “La conjura de los necios”.
Hay novelas buenas, regulares y malas, con independencia de su nivel de comicidad. Y si una novela buena, por aplicar un par definiciones entre las muchas subjetivas posibles, es aquella que lamentas acabar porque quieres seguir experimentando las emociones que te ha producido o la que terminas siendo una persona diferente a la que la empezó, la trilogía de Corfú bien merece el calificativo. Imposible cerrarla sin sentir unas ganas tremendas de coger el primer avión a Grecia, abrir un zoo en casa o, sencillamente, disfrutar más y mejor de los pequeños placeres.
Cuando la leí, por ejemplo, yo odiaba la playa con toda mi alma, por lo de pringarme de arena y sal bajo un sol inclemente. Recuerdo un capítulo, no sé de cuál de las tres novelas, en el que Durrel cuenta de tal forma una feliz jornada con su perro en una cala perdida, deteniéndose, precisamente, en las sensaciones que le causaban la sal, la arena, el sol, la luz, el agua... que hubiera dado cualquier cosa por tener una playa cerca para rebozarme y darme un chapuzón. Si un escritor puede lograr eso, es que es de los buenos.
lunes, 2 de junio de 2008
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8 comentarios:
SIIIIIIIII!!! requetesuperadoro a Gerald Durrell. Y requetesuperamo al doctor Teodoro Stefanides.
Me consta, que lo leí en tu perfil.
Son un lujo de libros. Si no recuerdo mal, además, los descubrí por mediación tuya.
La fiesta del final del primer libro es, tal vez, lo más divertido que un servidor ha leido en toda su vida.
No sé cuál de los tres leí en su día, pero recuerdo partirme de risa con una especie de doblaje simultáneo de los insultos y blasfemias que un escarabajo pelotero le dirigía a su bola de mierda mientras la arrastraba cuesta arriba.
Por lo demás, esos veranos interminables, eternos, de la niñez; el tiempo estirado; el sol, las tres de la tarde en una isla del mediterráneo clásico (no debe ser muy diferente de los veranos en Murcia, ¿eh, Otis?), todo el mundo duerme la siesta menos un niño que prefiere seguir a dos hormiguitas ... Siempre que se acerca el verano me acuerdo de los veraneos de la infancia y me viene, otra vez, eso que dijo el poeta de que sólo somos niños tristes por haber dejado de serlo.
Saludos,
Jean Val Jan.
Recuerdas bien, Tarquin. Me debes taaaaaantos descubrimientos literarios...
Hombre, Jean, con todos mis respetos para la costa murciana, me da a mí que la isla de Corfú debe de tener más encanto... Y otro poeta: "!Ay de aquel que ha tenido una infancia feliz, porque todo lo que viene después será peor".
Eso lo dices porque no has estado en Polaris Wol.
Jean Val Jan
No, pero pasé una vez junto a Marina D'Or y vi cosas que vosotros, los humanos, no creeríais...
Conozco a supervivientes de Marina-Birkenau y sus testimonios son terribles.
En cuanto al tema: es maravilloso encontrarse con mucho humor en una novela que compras como SERIA.
Y el otro día se me olvidó una recomendación para ti: Si no la has visto, que es casi seguro, DEFENSA, de John Boorman. Tiene mucho que ver con tu post sobre el holocausto y los humanos blanditos. ¡OBRA MAESTRA!
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