“The best of Leonard Cohen” me acompañó en una época de mi vida en la que cada día, para llegar a fin de mes, transcurría de esta entretenida manera: de diez de la mañana a dos del mediodía, trabajando en un periódico sin contrato; de cuatro de la tarde a doce de la noche, en una emisora de radio, cobrando una mierda, y en “los ratos libres”, traduciendo textos para la ONU.
A Leonard Cohen lo había descubierto gracias a la buena película “El tiempo de la felicidad” de Manuel Iborra, que vi en un pase de prensa dada mi, entre otras, condición de crítico de cine del periódico. No es que no supiera de su existencia o que no hubiera oído antes ninguna de sus canciones, pero fue en aquella sala de la Gran Vía, a oscuras, rodeado de otros críticos prepotentes, cuando se produjo esa conexión misteriosa por la que, de repente, algo que has tenido siempre al alcance se te instala muy dentro.
Total, que me compré el “grandes éxitos” y lo empecé a escuchar en la cama por las noches, tras llegar a casa reventado, cuando lo que me pedía el cuerpo era meterme media botella de ron y/o gritar por la ventana: “Hijosdeperraaaaa, ¿cómo que esto no es una puta crisis?” (la historia se repite que da gusto). Y allí estaba el amigo Cohen para arrullarme con su hipnótica voz y recordarme que él también se sentía like a bird on the wire, like a drunk in a midnight choir (“Bird on the wire”).
Noche tras noche seguí escuchando el disco hasta sabérmelo casi de memoria, descubriendo versos de esos que, por sí solos, justifican un premio Nobel y te ofrecen un consuelo ambivalente: no tenía tiempo para escribir pero qué más daba, si ni en siete vidas pariría una “simple” frase como our steps will always rhyme (“Hey, that’s no way to say goodbye”).
Resultó que lo que había acabado convirtiéndose en una obsesión venía de familia. Mi madre vio un día el disco y me contó a que mi tío Nacho, el menor de los nueve hermanos de mi padre, le había dado durante una época, allá por los setenta, por poner “Suzanne” a todas horas, lo cual no me extrañó lo más mínimo, porque ya se sabe que Suzanne takes you down to her place near the river. You can hear the boats go by. You can spend the night beside her. And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there.
Desde entonces he intentado seguir la carrera de Leonard Cohen, leyendo las contadísimas entrevistas que concede y brujuleando por internet. Me he enterado de que lo llaman “el poeta de la depresión”, porque no es precisamente la alegría de la huerta, y de que ha pasado o pasa -le he perdido la pista- largas temporadas en un monasterio budista zen, donde ha llegado a ejercer de chófer de los monjes (dicho sea de paso, si alguna vez me adscribiera a una religión, sería al budismo zen, por su agnosticismo y su compatibilidad con la ciencia).
Qué grande es Leonard Cohen, coño. Y qué gran disco su “grandes éxitos”, de escucha obligada para todo cantautor que quiera iniciarse cantando -y torturándonos- él solo con la guitarrita. Si no puede llegar a esas alturas, mejor que se quede en casa (un saludo a Ismael Serrano).
A Leonard Cohen lo había descubierto gracias a la buena película “El tiempo de la felicidad” de Manuel Iborra, que vi en un pase de prensa dada mi, entre otras, condición de crítico de cine del periódico. No es que no supiera de su existencia o que no hubiera oído antes ninguna de sus canciones, pero fue en aquella sala de la Gran Vía, a oscuras, rodeado de otros críticos prepotentes, cuando se produjo esa conexión misteriosa por la que, de repente, algo que has tenido siempre al alcance se te instala muy dentro.
Total, que me compré el “grandes éxitos” y lo empecé a escuchar en la cama por las noches, tras llegar a casa reventado, cuando lo que me pedía el cuerpo era meterme media botella de ron y/o gritar por la ventana: “Hijosdeperraaaaa, ¿cómo que esto no es una puta crisis?” (la historia se repite que da gusto). Y allí estaba el amigo Cohen para arrullarme con su hipnótica voz y recordarme que él también se sentía like a bird on the wire, like a drunk in a midnight choir (“Bird on the wire”).
Noche tras noche seguí escuchando el disco hasta sabérmelo casi de memoria, descubriendo versos de esos que, por sí solos, justifican un premio Nobel y te ofrecen un consuelo ambivalente: no tenía tiempo para escribir pero qué más daba, si ni en siete vidas pariría una “simple” frase como our steps will always rhyme (“Hey, that’s no way to say goodbye”).
Resultó que lo que había acabado convirtiéndose en una obsesión venía de familia. Mi madre vio un día el disco y me contó a que mi tío Nacho, el menor de los nueve hermanos de mi padre, le había dado durante una época, allá por los setenta, por poner “Suzanne” a todas horas, lo cual no me extrañó lo más mínimo, porque ya se sabe que Suzanne takes you down to her place near the river. You can hear the boats go by. You can spend the night beside her. And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there.
Desde entonces he intentado seguir la carrera de Leonard Cohen, leyendo las contadísimas entrevistas que concede y brujuleando por internet. Me he enterado de que lo llaman “el poeta de la depresión”, porque no es precisamente la alegría de la huerta, y de que ha pasado o pasa -le he perdido la pista- largas temporadas en un monasterio budista zen, donde ha llegado a ejercer de chófer de los monjes (dicho sea de paso, si alguna vez me adscribiera a una religión, sería al budismo zen, por su agnosticismo y su compatibilidad con la ciencia).
Qué grande es Leonard Cohen, coño. Y qué gran disco su “grandes éxitos”, de escucha obligada para todo cantautor que quiera iniciarse cantando -y torturándonos- él solo con la guitarrita. Si no puede llegar a esas alturas, mejor que se quede en casa (un saludo a Ismael Serrano).
9 comentarios:
Pues has de saber que viene al FIB de Benicàssim este verano.
¿Convivirán, siquiera por un corto periodo de tiempo, dentro de los límites de una misma provincia, Leonard Cohen y Carlos Fabra? ¿Por qué -oh, Dios-, por qué?
Pues yo no soy muy coheniano. Aun, claro. Me queda mucho por conocer. Ahora, eso sí, el dibujo del gran A.Fraguas que has puesto en tu perfil es ¡LA DE DIOooOoooS!
Buen finde, Driftwood.
Carlos Fabra es una existencia impía, un ser semi-mitológico mitad humano, mitad chanchullo, fruto de una larga estirpe de ladrones que han recibido la más abyecta pleitesía por parte de los pobres demonios que pueblan la vida proletaria castellonense, obreros, de derechas y con una educación por debajo de la EGB.
He dicho
Para la posteridad, sus declaraciones según las cuales el hecho de ser reelegido una y otra vez en las urnas le absuelve de sus chanchullos. Montesquieu a tomar por culo...
Y además le tocó el gordo de navidad.
Me ha emocionado mucho lo que has escrito de Leonard Cohen, con otro contexto y en otras circunstancias yo escuchaba por las noches ese disco, una y otra vez.. Has visto el dvd que hay de él? creo que se llama I´m your man, está muy muy bien, salen nick cave, rufus etc versionando sus canciones y él cuenta un poco la historia de sus canciones.
Prince, los hay que, aunque tuertos, han nacido de pie.
Trilce, gracias por la recomendación. También hay un disco de grupos y solistas españolas versioneándolo, pero no me atrevo...
Pues la versión de Nacho Vegas de The Stranger Song es buena, para mi gusto.
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