Mi portero es estadounidense. Para ser más exactos, tiene la doble nacionalidad, pero a mí me mola decir que es estadounidense porque todos mis amigos y conocidos tienen porteros españoles con nombres como Eufrasio, Nemesio o Paulino, que son nombres muy respetables pero ni por asomo tan fashion como el de mi portero (me lo callo por si le da por hacer búsquedas de sí mismo en internet, que no me extrañaría).
Mi portero se toca los huevos. Su labor consiste básicamente en el verbo to be, es decir, ser y estar. Por lo demás, limpia las zonas comunes, recoge la basura y, eso sí, soporta a las vecinas matusalénicas para las que un “empleado de la finca” -eufemismo para “portero” en las actas de las juntas de vecinos- es un esclavo a su servicio las 24 horas. El caso es que yo a mi portero lo veo todo el día en su garita navegando por internet o viendo películas previamente pirateadas.
Mi portero ha nasío pa sufrir. Siempre es el que más enfermedades padece, el que peor llega a fin de mes, el que menos vacaciones disfruta... pero cambia de coche como yo de calzoncillos, veranea en Estados Unidos y tiene una plaza de aparcamiento alquilada, una casa en el pueblo, una televisión de plasma de casi medio millón de las antiguas pesetas, conexión ADSL, los sopotocientos canales de Imagenio...
Mi portero entra en mi casa como Pedro por la suya. Lo cual me parece bien, porque es de confianza y nunca lo hace sin un motivo justificado, pero podría preguntar antes “¿Te parece que vaya mañana con el del agua para leer el contador?” en vez de avisármelo a posteriori. También dice otras cosas como: “He visto que tenéis el mismo DVD que yo; ¿me dejas el folleto de instrucciones, que he perdido el mío?”
Mi portero es un cotilla. Además de saberse mi casa de memoria, intenta enterarse de mi vida, sobre todo cuando le rompo los esquemas. Por ejemplo, si me ve por el barrio en horas laborables, pone una cara como si se le acabaran de aparecer el Yeti y el monstruo del Lago Ness juntos. Y me pide explicaciones, el cabrón. Y, como suele pillarme desprevenido y no puedo activar mi largamente trabajada bordería vecinal, consistente en responder con lacónicos monosílabos a posibles preguntas o, en casos extremos, simular que hablo por el móvil, voy y se las doy: “Es que estoy de baja”, “es que me he cogido el día para asuntos propios”...
Mi portero se cree que yo fui de los vecinos más implicados en su subida salarial. El hombre llevaba años reclamando que, en vez de en metálico, se le pagara por nómina el suplemento de recogida de basuras. Un día, dejaron en el buzón el acta de la junta de vecinos en la que se había hablado de este tema, junto con la enésima reforma del portal. Fui a quejarme de ésta a su impulsor, el presidente de la comunidad, y, cuando le pregunté al portero "¿Dónde está el presidente, que quiero hablarle de lo del acta”, se creyó que me refería a su nómina y aún me guarda eterno agradecimiento.
Mi portero es majo. Todo lo dicho no quita para que me caiga bien (te puede caer bien alguien aunque a veces te imagines pateándole la entrepierna) y le prefiera, por ejemplo, a uno que tuve cuando era pequeño, que se llamaba Eustaquio y, cuando te quedabas encerrado en el ascensor, tardaba siglos en sacarte porque estaba sordo y no oía a los vecinos atrapados por más que nos pusiéramos “Venga, a la de tres: una, dos, tres, EUSTAQUIOOOOOO”.
No sé por qué pero, a la hora de la cena, encuentro un extraño placer en asomarme a la terraza del patio, al que dan todas las viviendas, incluida la suya, y gritar el nombre de mi portero con voz de pito, ocultándome rápida y cobardemente. Es imaginármelo en su casa poniendo cara de fastidio y abalanzándose a la terraza para pillar in fraganti al gritón y partirme de risa.
lunes, 9 de junio de 2008
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5 comentarios:
En mi casa no hay portero, pero supongo que en mi pueblo vivirán tantos vecinos como en tu bloque de pisos.
Yo no tengo a nadie a quien putear, porque vivo sólo, pero tengo un escritor castellonense de principios del S.XX a tamaño real con su silueta recortada, fruto de una exposición que montamos en mi curro (de hecho lo photoshopeé y recorté with my own hands) y lo ahora reside por una esquina de mi casa, ahí plantado con una eterna sonrisa y una camiseta que me venía pequeña para darle un aire familiar.
Ni baja la basura ni contribuye a la economía familiar, pero hace compañía.
Un día lo dejaré plantado en la entrada para darle un susto a los vecinos.
En mi casa tampoco hay portero, pero en el edificio donde está la empresa donde curro sí, y es probablemente el portero más entregado del universo. Un día le vimos limpiando el cuarto de contadores!!!!
En mi casa tampoco hay portero, pero en el edificio donde está la empresa donde curro sí, y es probablemente el portero más entregado del universo. Un día le vimos limpiando el cuarto de contadores!!!!
Recuerdo a uno bajito y achaparrado que si no te conocía (o se le olvidaba que te conocía, porque no será por veces que me había visto el careto) se arrastraba desde su puerta como Gollum ha preguntarte a dónde ibas con una mirada de bestia defendiendo su territorio que sólo que te quedaba un hilillo de voz para tartamudear..... "a casa de Otis, por favor... y si no le molesta, claro."
Nemesio se llamaba ese, Tarquin.
No sabéis lo que os perdéis, Mony & Aaskerrit.
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