Por principio, soy contrario a las listas del tipo "los diez libros que me llevaría a una isla desierta", ya que suelen referirse a libros preferidos o que uno cree de imprescindible lectura. Con los libros, como con las películas o los discos, ocurre que su valoración depende del estado de ánimo y de la experiencia de quien los disfruta. El que ayer resultaba un tostón insufrible puede parecer extraordinario mañana. Hoy, sin embargo, me he acordado de unos cuantos de los que sí puedo afirmar que, sin ser necesariamente mis favoritos, han influido tanto en mi forma de pensar o sentir que me han hecho -para bien o para mal- una persona distinta de la que era antes de leerlos. Y eso no cambiará.
Sin orden ni concierto: "La Ilíada", de Homero, porque, entre otras cosas, sus Aquiles, Héctores y Argamedones me hicieron sentir lo mismo que, en la infancia, mis adorados tebeos de superhéroes, con la diferencia de estar escrito casi tres milenios antes; "De la brevedad de la vida"/"De la felicidad", de Séneca, porque es consolador que, hace 2.000 años, nuestros ancestros se comieran la cabeza con los mismos problemas que nosotros; "El Quijote", de Cervantes, porque descubrí que todo lo que decían de él era cierto, que puedes morirte pensando que has escrito una intrascendente novela de humor y, sin embargo, haber legado una obra a la Humanidad que, según Dostoievski, le bastaría a ésta para justificar su existencia el día del Juicio Final; "El mundo de ayer. Memorias de un europeo", de Stefan Zweig, porque, como le escuché a un crítico literario, es acabar de leerlo y entrarte ganas de ir a tomar algo con su autor; "Cien años de soledad", de García Márquez, porque no dependió de mis estados de ánimo sino que me hizo pasar por todos los posibles; "Un mundo sin rumbo", de Ramonet, porque, aunque este autor me parece ahora un progre de la peor especie, de los que aún ven el supuesto lado romántico de Fidel Castro o las FARC, fue el primero en explicarme que el mundo no funciona como cuentan los periódicos; "Carta de Jesús al Papa", de Sánchez Dragó, porque fue la puntilla para acabar de poner en orden mis ideas sobre el fenómeno religioso y hacerme, como Buñuel, "ateo gracias a Dios"; "Música para camaleones", de Truman Capote, porque hubiera dado un brazo por escribir como este señor en este libro.
viernes, 1 de febrero de 2008
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