1) En mis 36 años he comido mucho y variado. Mucho, por haber vivido con una abuela para la que comer bien es hacerlo hasta reventar. Variado, por curiosidad, viajes y compromisos profesionales. Y de ningún plato tengo tan buen recuerdo como de los huevos duros con mayonesa casera que me hacía mi madre cuando era pequeño. Si le preguntaba “¿Mamá, qué hay para cenar” y me respondía “Un huevo duro”, me invadía la mayor felicidad que he sentido nunca ante la perspectiva de una comida. Me encantaba asistir al proceso consistente en partir el huevo duro en lonchas mediante un fascinante aparato cuya única utilidad era precisamente esa y depositar la cantidad justa de aquella mayonesa memorable sobre cada loncha. Del sabor poco puedo decir porque carezco de la aptitud para describir algo tan exquisito.
2) Mis padres me acompañaban a la papelería-librería "Henares", situada debajo de casa, y me daban total libertad para elegir el libro que quisiera, sin recomendaciones ni imposiciones. Así descubrí, por ejemplo, "La historia interminable" de Ende, mucho antes de que se hiciera tan famosa y la leyera todo el mundo, o "Las aventuras de Vania el forzudo" de Preussler, con las que disfruté como con las de Don Quijote muchos años después. Y supongo que de la pared situada a la izquierda según se entraba en "Henares", cubierta por estanterías desde el suelo al techo, salieron también todas las novelas de "Los tres investigadores", algunas de las cuales no me duraban ni un día. Aunque sigo pasando horas y horas en librerías, ojeando libros, no he vuelto a experimentar una emoción como la de entonces, cuando recorría con dedos de renacuajo aquellas estanterías repletas, consciente de que, con un poco de suerte y otro poco de intuición por mi parte, me llevaría a casa una joya.
3) Mi padre trabajaba en el edificio de Iberia de María de Molina esquina Velázquez, muy cerca del Vip's de López de Hoyos. Sin periodicidad determinada, de forma que cada vez constituyera una sorpresa, se pasaba por la librería del establecimiento y me traía algún libro de tiras cómicas, que yo devoraba. La mayoría de los once ejemplares de la colección de Mafalda que tengo en casa proceden de aquellas ocasiones. Con ellos he hecho una excepción a mi manía de quitar cuanto antes las pegatinas con el precio de los libros, porque lucen la palabra "Vip's" y el importe en pesetas que me traen tan buenos recuerdos.
4) Sin duda, el regalo que más ilusión me ha hecho en la vida fue un póster de la plantilla del Real Madrid, firmado por cada uno de sus componentes sobre sus respectivas imágenes, que me consiguió, no sé cómo, mi tío Carlos Cabello (Carlos Pelos para la familia). Por aquel entonces yo era un absoluto fanático del fútbol y llevaba meses tratando de hacerme con un póster del equipo de mis amores, acompañado en tales esfuerzos por mi padre, al que ambas cosas -fútbol y Real Madrid- le eran totalmente indiferentes, como me lo son a mí ahora. Nos recuerdo en un bar, cerca de la casa de mis abuelos paternos, intentando en vano que el dueño nos vendiera un póster mugriento colgado detrás de la barra. El abandono de toda esperanza (a finales de los 70 y comienzos de los 80 no había, como ahora, tiendas especializadas, páginas web o sitios similares donde comprar este tipo de artículos) fue lo que motivó mi indescriptible ilusión al recibir el regalo. Que mi tío hubiera logrado algo que a mí me parecía tan inasible me hizo verlo como a una especie de Indiana Jones encontrando el Arca Perdida. !Cómo lloré y cómo lo abracé!
miércoles, 12 de marzo de 2008
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